Violeta Cereceda (Santiago, 1992) se crió “con mucho amor” rodeada de una familia que alentó sus capacidades creativas y su afición por dibujar y pintar. “Mi papá es guitarrista y verlo desarrollar un oficio alrededor de un instrumento, tocar todos los días y ser muy constante y trabajador, tuvo un gran impacto en mí. Así es como entiendo el mundo y la vida: lo que uno ama hay que hacerlo todos los días, siempre que estoy un poco alejada de la pintura, me siento mal, es lo que necesito hacer para estar bien”.
"Siempre que estoy un poco alejada de la pintura, me siento mal, es lo que necesito hacer para estar bien"
En el entorno estimulante de la infancia y pre-adolescencia de Violeta también habitó otro imaginario: los programas y videos musicales del MTV de los 90s y 2000s, y las revistas de la época. Britney Spears, recortes de publicidades de moda y perfumes… Más tarde llegaron las zapatillas, el graffiti, el rap, Nike, POLO y las calles.
“Hoy en día, todo esto me sigue gustando mucho y está presente en mi obra, pero ha ido madurando y, además, no quiero hacerle publicidad a ninguna marca. Ahora me gusta plasmar cosas más abstractas que tienen que ver con la emocionalidad, la espiritualidad, con mis símbolos de valor: conchas, perlas, flores, animales que simbolizan la fuerza de la feminidad como los cisnes o las palomas…”.
“Cuando era chica dibujaba mujeres con un cuerpo que no tenían nada que ver con el mío, pero con el tiempo fui adquiriendo más seguridad, queriéndome más, configurando mi identidad y me empezaron a dar ganas de pintarme. No es un proceso consciente de autoretrato, pero a la vez sí siento que pinto versiones de mí misma. Empecé a pintar cuerpos más grandes, mujeres venusianas, diosas poderosísimas; al pintarlas las hago realidad, les pongo la ropa que me gustaría llevar, me entretiene mucho esa fantasía. […] La pintura me ha ayudado a conocer mi cuerpo, a saber mi dimensiones, verme en las fotos, y eso me ha llevado a encontrar mi belleza, mi erotismo, mi sensualidad. Hay que quitarle la importancia a la imagen y, a la vez, apreciar que todas somos demasiado ricas y diferentes, no hay una sola forma de ser linda”.
"La pintura me ha ayudado a conocer mi cuerpo, a saber mi dimensiones, verme en las fotos, y eso me ha llevado a encontrar mi belleza, mi erotismo, mi sensualidad"
La identidad colectiva que construyen las pinturas de Violeta se sustenta en las historias de ella y sus amigas, que son las de otras muchas. Son historias que reflejan un debate entre el interior y el exterior, un disfrute del cuerpo desde lo más esencial hasta lo más “superficial” y decorativo. “Me gusta que mi obra refleje el alma, la espiritualidad, pero también mostrar lo que hay a fuera, el maquillaje, la ropa, las joyas. Ambas cosas conforman mi personalidad”.
Después de un período socialmente convulso y desesperanzador, en el que ha costado mucho dedicarse al arte, Violeta está trabajando en su primera exposición en solitario. “Hay muchas cabras que estamos haciendo cosas, pero aún hay espacios que no están suficientemente ocupados por mujeres, hay mucho por hacer. En Chile y Latinoamérica hay mucho talento, estamos en un boom creativo muy fuerte, esto me emociona y me motiva a hacer muchas cosas más”.