Nunca dejas de descubrir cosas nuevas cuando miras una imagen de Lillian Ansell (Berkeley, 1996). A primera vista te encuentras con una serie de elementos clásicos: protagonistas singulares que te llaman con miradas encantadoras y colores chillones. Pero mientras más te detienes, más fácil es perderse. Hay algo desconcertante, pero familiar en cada trazo, como si cada pintura fuera el paisaje de una lámina de Buscando a Wally, pero más turbio y violento, donde no buscamos a alguien en particular, sino a nosotros mismos dentro de todo ese caos.
Entre princesas de Disney e historias de verano ilustradas, la artista estadounidense ha estado desde pequeña conectada con el arte. Cuenta que podía pasar el año completo dibujando personajes y creando historias para cada uno de ellos. Con el tiempo, sus dibujos fueron evolucionando: empezó retratando a sus amigos, luego se motivó y encontró inspiración en las publicaciones que veía en Tumblr, aunque un día descubrió su verdadero amor: las caricaturas. Una fijación que mantiene hasta el día de hoy. “Me sigo divirtiendo de la misma forma: dando vida a mundos imaginarios, creando y contando historias a través del dibujo”.
Una pasión que llevó al siguiente nivel cuando decidió estudiar diseño gráfico, algo que le cambió la vida. Fue en la universidad cuando le surgió un repentino interés por la ilustración, y sugerida por un profesor investigó esta disciplina hasta el cansancio. De esta manera logró adentrarse en un área del diseño en la que no era experta. Allí conoció nombres como Push Pin Studios o Tadanori Yokoo, algunas de sus primeras referencias profesionales.
«Al momento de crear diseños, solía mirar el trabajo de artistas de cómic e ilustradores. Creo que encontrar esas conexiones entre mundos fue clave para desarrollar mi estilo. Aprender la historia detrás me hizo ver mi trabajo dentro de un contexto más amplio, lo cual me ha ayudado a encontrar mi propia voz”.
Una búsqueda que comienza con un elemento en particular: el color. Este es uno de los componentes que convierten cada diseño de la estadounidense en una aventura. Es el punto de partida del mundo en el que nos sumergimos: sueños lúcidos con tonalidades chillonas donde los personajes de la actualidad conviven con el imaginario clásico de las caricaturas. Es un universo sin reglas, donde todo se basa en equilibrios de tonalidades que demuestran mucho, pero que ocultan aún más.
«El color le da vida a mi trabajo. Es como esos viejos vídeos de animación donde el personaje se saca a sí mismo de la página. Es una experiencia muy intuitiva para mí. Trabajo bastante rápido y pienso en el equilibrio: uso los colores para resaltar o esconder ciertas líneas”.
“El color le da vida a mi trabajo. Es como esos viejos vídeos de animación donde el personaje se saca a sí mismo de la página. Es una experiencia muy intuitiva para mí"
Pocas cosas son tan reconocibles como las ilustraciones de Lillian Ansell. Se trata de paraísos llenos de movimiento, diálogo y piezas absurdas donde cada línea cuenta una historia diferente. Dibujos que muestran las partes más ocultas de la mente de su creadora, donde el humor cumple un rol importante. Está en las intenciones de cada escena, en las expresiones de sus protagonistas y en la mezcla natural de lo sombrío con los cuentos infantiles.
Es ahí donde la ironía de Ansell entra en acción: al combinar lo fantástico con la cotidianidad para lograr imágenes que perduran en el tiempo. Según cuenta “el humor es una forma de darle luz a algo más perturbador o inquietante. No planeo la mayoría de mis historias o dibujos, el humor oscuro simplemente aparece. Luego los miro y me doy cuenta de que acabo de hacer una crítica a alguna situación sombría de la vida real. La ironía es una gran herramienta para abrir un espacio menos denso, donde la gente pueda pensar o tomar conciencia sobre conceptos más inquietantes. Soy una persona muy positiva; con pesadillas inquietantes, y de ahí viene todo.
Las inspiraciones de la ilustradora son clásicas y ella honra esta idea al momento de dibujar. Todas sus obras nacen con un lápiz, papel y una idea. Sus ideas suelen ser descabelladas pero todas nacen desde la imaginación más profunda, de hecho, la artista confiesa que sus trabajos más importantes los ha hecho sin darse cuenta, solo moviendo las manos. Una idea que la acomoda en su totalidad, “me frustra tener que planificar, y a menudo siento que el trabajo queda peor cuando lo hago. Cuando quiero hacer un proyecto más planeado y personal, disfruto usar lápiz; lo veo como una especie de escultura, en la que la goma de borrar es mi herramienta principal”.
“No tener un plan y sentarme con mi cuaderno y un lápiz es la parte más importante de mi proceso. A menudo empiezo con una nariz, unos ojos o algún elemento que sigo explorando en mis dibujos. Evito usar referencias cuando hago esto porque quiero ver qué surge de mi mente de forma natural”.
Es difícil saber con certeza hasta dónde llegará la creatividad de Lillian Ansell, pero es innegable que se encuentra en un momento de plena expansión creativa. El 2025 será uno de los años más importantes de su carrera: en octubre presentará trabajos de mayor escala en su primera exposición personal en la School of Visual Arts de Nueva York, misma institución donde obtuvo su título profesional. Además, se encuentra trabajando en las ilustraciones de lo que será su debut en los libros infantiles. Sus universos se seguirán expandiendo: creando nuevas sombras y luces, donde lo absurdo, lo tierno y lo inquietante conviven en un mismo plano, dibujados por alguien que nunca deja de imaginar.
Conoce más del trabajo de Lillian Ansell en @lillianansell



