‘Por copuchento’, esa es la motivación principal que ha guiado la mayoría de los trabajos de Diego Urbina (Santiago, 1991), fotógrafo que calza perfecto con la palabra chilena que ‘describe a una persona curiosa o que presta atención a algo que no le incumbe necesariamente’. “Siempre he sido una persona copuchenta, mi fotografía siempre ha tenido algo de crónica, el querer profundizar en la vida de las personas, saber de dónde vienen, dónde viven, qué hacen”.
Diego Urbina vivió toda su vida en la zona centro de la capital, conocida no sólo por ser el corazón histórico y comercial de la ciudad, sino que también por concentrar a la mayor tasa de población migrante latinoamericana. “En mi último año de periodismo en la universidad empecé a hacer un registro de los migrantes que vivían cerca de mi casa. Primero documenté a los haitianos, y luego se fue ampliando a venezolanos, colombianos, atraído principalmente por sus experiencias de vida claro pero, por sobre todo, por su ropa y estilo [se ríe]”.
Para ello, Urbina solía tener toda una rutina que permitía generar confianza con las personas:
Primero, caminaba por el barrio hasta encontrar a una persona o un grupo familiar que le resultara atractiva de retratar. Segundo, se iba acercando poco a poco, esperando no ser intruso o agresivo. Tercero, hablaba, contaba quién era él, qué estaba haciendo, qué le interesaba de su ropa o estilo. Cuarto, les preguntaba quiénes eran ellos, de dónde venían, con quiénes vivían, cuántos eran en su familia, si podía visitarlos algún día. Quinto, y finalmente, les preguntaba si podía sacarles una foto.
“Solía ser gente que estaba muy sola, en especial los haitianos que no hablaban muy bien español, aunque igual notaba el interés de conversar con alguien distinto a ellos, en especial de los más jóvenes. Esta serie de migrantes yo la englobo en una gran serie llamada ‘Nunca me voy a acostumbrar al frío’, que era una frase que varias personas me repitieron, ya que extrañaban mucho el calor”.
Es finales de año del 2019 y Diego ya lleva varios años trabajando como periodista, fotógrafo y co-fundador de la Galería Casa Amalia, espacio artístico instalado en una antigua casona ubicada en la comuna de Independencia, donde también vivía Urbina. Desde ese lugar sale todos los días en bicicleta en dirección a su trabajo en la zona oriente de la capital, deteniéndose siempre unos minutos en la plaza Baquedano -conocida por ese entonces como plaza Dignidad- para así observar y registrar rápidamente al ‘estallido social’ que se había desatado el 18 de octubre del mismo año.
“Al principio empecé sacando las típicas fotos de las marchas, la violencia, etc., pero después me di cuenta que lo que me llamaba más la atención del fenómeno era la gente, los jóvenes, los cuerpos y la ropa también. Me parecía interesante retratar a estos manifestantes, que mostraban sus cuerpos, que estaban muy arreglados, bien vestidos, llenos de símbolos sobre la revolución pero también de marcas neoliberales. Hacía fotos de las marcas que usaban, la ropa Nike, los bolsos Louis Vuitton y todas esas cosas que estaban en aparente contradicción con los discursos propios del estallido”.
Esas fotografías se convertirán luego en el libro ‘Trato de ir todos los días’ (Metalibro, 2021), el cual generaría polémicas por parte de algunos grupos activistas por dos razones:
- Debido a que en las fotos no se editaron ciertos rasgos característicos y/o tatuajes de los manifestantes se acusó a Urbina de poner en peligro a las personas fotografiadas en caso de que existiera algún tipo de persecución política.
- Supuestamente el proyecto ‘banalizaba’ la protesta al enfocarse en la estética de los manifestantes por sobre otros elementos de la lucha. Una molestia que se haría más fuerte cuando tiempo después algunas de las fotos del libro fueron publicadas en PhotoVogue, plataforma global de Vogue que funciona como una galería de arte digital.
“Siento que el libro va a envejecer bien porque registra un momento único del país. Me siento bien de nunca haberle puesto foco a la violencia, que fue el discurso que luego se instauró por los medios. Mi intención era mostrar a la gente real que acudía a las marchas, abuelos, mujeres, niños, gente a la que nadie podría catalogar de extrema, luchando por causas que aún hoy en día continúan vigentes”.
“Creo que va a ser un buen documento para el futuro, para revisar, para no olvidarse lo que realmente ocurrió, para no quedarse con la historia que inventan los medios. De todas formas igual hubo polémica en el minuto de su publicación… pero a mí me encanta que se abran esas discusiones, son puntos de vista, solo yo sé por qué hago ciertas cosas”.
Independientemente del drama, lo cierto es que un año después de la publicación del libro el fotógrafo abandonaría el país con destino a Nueva York, Estados Unidos. Lugar que había visitado ya varias veces y que sentía podía ayudarlo a desarrollarse aún más como artista. “Siempre que venía hacía fotos con amigos que conocía por internet, por Instagram, por Grindr. Hice una sesión de fotos con un colectivo queer de acá y me pareció increíble que gente que no me conociera me abriera las puertas de su casa y confiara en mí. En Chile sentía que nunca iba a poder estar dentro del circuito comercial porque no tenía ciertos estudios o porque no conocía a la gente adecuada”.
Sin embargo, esta nueva vida en La Gran Manzana no fue todo color de rosas, puesto que el fotógrafo pasó la mayor parte del primer año intentando instalarse en una casa y trabajando en cosas que no estaban directamente relacionadas con sus intereses. “Cuando llegué yo no tenía nada, trabajé incluso sacando la basura, hice trabajos físicos que en Chile jamás tuve la necesidad de hacer. Pero cuando iba a las fiestas del 18 de septiembre de los chilenos que viven acá me di cuenta que la mayoría vivía vidas completamente distintas a la mías, que se iban de vacaciones a Chile cuando querían. Afortunadamente ya he formado mi propia comunidad chilena de amigos que vinieron en el mismo periodo que yo, que no somos cuicas y que nos apañamos de maneras que otros grupos no lo han tenido que hacer”.
– Pasa harto en los medios chilenos que describen la experiencia de vivir en Nueva York desde una perspectiva súper privilegiada.
– Sí, un montón. Cuando era chico leía reportajes de artistas chilenos que vivían en el extranjero, como Sebastián Errazuriz, que se ‘hacían’ millonarios y les iba increíble. Está toda una generación de artistas chilenos previos a mí que se vino a Nueva York y que parecía que les había ido bacán, pero después me di cuenta que eran todos cuicos [personas de clase alta] que se fueron con mesadas o becas para estudiar en el extranjero. Eso fue algo que me hizo cuestionarme si realmente yo, que no tenía ningún contacto ni dinero, podía irme y vivir en la ciudad.
– ¿Y sientes que ahora que estás allá los medios te ven de una manera distinta?
– Claro, parece que uno tiene que vivir en un lugar cool para ser visto por la industria en Chile. Mi experiencia en la industria chilena nunca fue comercial, siempre fue autogestionada, nunca gané mucha plata. Por eso mismo he aprovechado este periodo para tomarme las cosas con calma, hacer las cosas que realmente quiero hacer. Tomé un curso de iluminación en el International Center of Photography y luego uno de crítica fotográfica en el Matte Institute instruido por el editor Matthew Leifheit, donde tuve la oportunidad de compartir y mostrar mi trabajo a artistas que admiro como Farah Al Qasimi y Daniel Arnold, entre otros.
“Mi experiencia en la industria chilena nunca fue comercial, siempre fue autogestionada, nunca gané mucha plata. Por eso mismo he aprovechado este periodo para tomarme las cosas con calma, hacer las cosas que realmente quiero hacer”
En 2024 Urbina comenzó una serie de fotografías que registran el Desfile Nacional Puertorriqueño en Nueva York, festividad que conmemora la cultura de la isla y que se ha convertido en la favorita del fotógrafo. “Partió por una pulsión de querer registrar el momento, tomar la cámara y sacar fotos, saliera lo que saliera. Pero este año, al saber ya qué iba a encontrar, fui con un asistente y con ideas de lo que quería. Es una festividad con la cual me siento cómodo como latino pero también por un gusto personal. Me gusta la cultura latina caribeña, hay una estética muy elocuente”.
Asimismo, en la actualidad se encuentra trabajando en una serie de trabajadoras sexuales trans que espera continuar desarrollando, junto con otros proyectos que entrecruzan la fotografía de moda y la documental.
– ¿Has considerado algún proyecto con la comunidad chilena en Nueva York?
– Si te digo la verdad, no me interesa en lo absoluto. La única vez que fui a un restaurante chileno me acordé por qué me fui de Chile: el humor ‘Morandé con Compañía’, los cuicos a los que solo les importa dónde vives, en dónde estudiaste.
– ¿Qué consejo le darías a fotógrafos que no tienen contactos que desean emigrar a Nueva York?
– Piensen bien antes de hacerlo, porque siempre hay peligros asociados. Traten de aprender de elementos técnicos antes, estén abiertos y preparados para enfrentar desafíos en la fotografía comercial, porque eso es lo que les permitirá desarrollar sus proyectos personales (monetariamente hablando). Que se mantengan abiertos a ir descubriendo nuevos lenguajes y así incorporar lo que les sirva. Les diría que estén muy atentos siempre al entorno, a los estímulos diarios y que no se dejen acostumbrar, que siempre se sorprendan por lo que hay alrededor. Su estilo se puede ir puliendo con el tiempo pero la constancia es la clave del éxito.
Conoce más sobre el trabajo de Diego Urbina en @diegourbinav



