Un camino sembrado de incertidumbre, viajes y un buen mal consejo. Así podría resumirse la historia de Thom Pierce (Jersey, Islas del Canal, 1978), un fotógrafo que navega constantemente entre su faceta artística y la disciplina de tener un “horario de oficina”, y que, en cada clic de su cámara, encuentra preguntas que generan nuevos cuestionamientos. Su vida, lejos de ser una línea recta, es un laberinto donde el azar y la intención se entrecruzan, guiados por una brújula que no siempre apunta al norte, pero que, sin duda, lo lleva a lugares significativos.
“Puede que el artista haya ganado, pero el contador nunca se fue del todo”, confiesa. Esta dualidad, que define su proceso creativo, se remonta a su infancia, marcada por la influencia de un progenitor artista y otro contador. El primero sembró la semilla de la libertad creativa; el segundo, el rigor del orden.
“Siempre quise seguir un camino artístico, aunque no me diera cuenta. Quería trabajar bajo mis propios términos, crear algo que tuviera valor y darle forma de una manera única para mí. Siempre tuve ese impulso de no conformarme con lo que todos los demás hacían. Ese es mi lado artístico. Pero el contador en mí aparece en mi incapacidad para relajarme durante la semana: si es horario laboral, tengo que estar trabajando. Me gusta la estabilidad, tener un ‘trabajo formal’ y que alguien me diga qué hacer, especialmente ahora que tengo una familia. Es interesante mirar atrás y ver el camino de caos que me llevó hasta donde estoy”.
“Siempre quise seguir un camino artístico, aunque no me diera cuenta. Siempre tuve ese impulso de no conformarme con lo que todos los demás hacían”
Sin embargo, el inicio de su carrera fotográfica fue un desvío involuntario. En el último año de la escuela, le confesó a su asesor de carreras su deseo de ser fotógrafo. La respuesta fue tan cortante como equivocada y lo marcó profundamente: “Si vieras a un niño en un edificio en llamas, ¿lo salvarías o le tomarías una foto?”. Al contestar que lo salvaría, el asesor dictaminó que no tenía lo que se necesitaba para ser fotógrafo. Thom decidió estudiar música.
“Se podría decir que esto fue una gran injusticia hacia mí, y tal vez lo fue, retrasó mi carrera fotográfica al menos diez años, pero no estaría donde estoy hoy sin ese mal consejo. Durante los años que pasé sin ser fotógrafo, viajé por el mundo como ingeniero de sonido, trabajando con algunas de las bandas más grandes del planeta, conocí a personas increíbles, visité lugares asombrosos y gané suficiente dinero para empezar mi carrera fotográfica. En esos años, aprendí a preocuparme por otras personas y a interesarme por el mundo que me rodea. Cuando finalmente me orienté hacia la fotografía, tenía una perspectiva totalmente diferente del mundo a la que tenía 15 años antes. Había desarrollado una empatía y compasión que me permitieron formular las preguntas que me hacía como fotógrafo, y en última instancia, el rumbo que decidí tomar con mi trabajo”.
“Se podría decir que esto fue una gran injusticia hacia mí, y tal vez lo fue, retrasó mi carrera fotográfica al menos diez años, pero no estaría donde estoy hoy sin ese mal consejo”
Este enfoque lo llevó a proyectos como The Horsemen of Semonkong, una serie de retratos que capturan a algunos de los habitantes de las montañas de Lesoto. La historia comenzó por accidente, cuando, durante un viaje en 2015 para fotografiar mineros con silicosis por trabajar en las minas de oro, se cruzó con figuras envueltas en mantas montando caballos en un paisaje casi irreal. Aunque tomó algunas fotos, dejó la idea de lado hasta un año después, cuando decidió regresar para explorarla más a fondo acompañado de Nicky, una estudiante de enfermería que trabajaba en la zona y se convirtió en su intérprete y asistente para el proyecto.
“El proceso fue lento, lleno de respeto. Caminábamos por los senderos de montaña con mi cámara y luces. Cuando alguien se acercaba, Nicky les hablaba en sesotho, los saludaba y les explicaba lo que estábamos haciendo. Solo me acercaba si aceptaban ser fotografiados. El proyecto comenzó como un álbum de viaje, pero terminó siendo una serie de 42 retratos que capturaron la belleza del lugar y su gente”.
Para Thom, tanto este proyecto como el resto de sus trabajos personales y encargos, abren interrogantes más que funcionar como afirmaciones o constataciones de hechos. “Abordo mi trabajo –y la vida– como una serie de preguntas abiertas, se trata de apreciar y valorar la diversidad. Es muy fácil pensar que la forma en que hacemos las cosas es la correcta, pero esa no es una manera compasiva de explorar el mundo. Muchos de los problemas que vemos hoy en día son causados por personas que piensan que su forma es la única y correcta. Por eso, a través de mi trabajo planteo preguntas (tanto de manera figurada como literal) que surgen de mi interés por las personas, pero soy consciente de que no hay respuestas definitivas, solo experiencias personales de nuestra humanidad compartida. Abordo cada proyecto desde una posición de desconocimiento y espero que, al final, haya aprendido algo que pueda transmitir a través de mi trabajo”.
Como persona blanca que visita y retrata países y personas del sur de África, su mirada puede resultar polémica. Thom es muy consciente de ello y también reflexiona y se hace cuestionamientos sobre ello. “Para mí, se trata de intención, conciencia y enfoque. Mis principios incluyen no crear imágenes que puedan resultar una burla, una crítica o dar una impresión despectiva que ponga a otros en peligro. Como hombre blanco trabajando en el sur de África, tengo la responsabilidad de ser consciente de las complejidades implícitas en la fotografía y trabajar con sensibilidad hacia esas complicaciones. La comunicación clara y honesta desde el principio, junto con el respeto por los límites de los demás, son esenciales. No se deben crear expectativas que no se puedan cumplir”.
“Abordo mi trabajo –y la vida– como una serie de preguntas abiertas, se trata de apreciar y valorar la diversidad”
Actualmente y durante los últimos 10 años ha trabajado con Positive Activism, un proyecto que combina arte y activismo social: a través de la venta de su obra, financia páginas web y contenido visual y escrito de manera gratuita para organizaciones de derechos humanos con recursos limitados. “Cada mes trabajo con una organización diferente, contando sus historias y ayudándolas a avanzar en sus iniciativas”.