El término “caída de ballena” es el fenómeno que sucede, como literalmente indican las palabras que lo forman, cuando una ballena muere y cae al fondo marino, a una profundidad mayor a mil metros. Su cuerpo sirve de alimento a varias criaturas que habitan esos abismos, generando pequeños pero complejos ecosistemas.
La imagen que se genera es terrorífica y fascinante a partes iguales. Y esta es la materia prima y el efecto de repulsión-atraccción que la artista Sophie Mei Birkin (Londres, 1995) quiere transmitir con sus esculturas y proyectos multimedia. Aunque lo pueda parecer, Sophie no se esfuerza en recrear estas ballenas de forma exacta en su serie “Whale Fall” y en otras obras, sino que utiliza materiales similares a esos cuerpos inhertes y crea las condiciones para que evolucionen por sí solos.
“El cadáver y la metabolización es un motivo recurrente en mi trabajo como contenedor de este proceso y mi trabajo reciente se inspira en el lecho marino como un sitio de transformación proteica […]. Eso significa que hay vida dentro de la muerte, los organismos y parásitos se benefician de ella. Estos procesos revelan una abolición de lo antropocéntrico que da paso a cuerpos especulativos y otras alternativas híbridas las cuales trato de crear en mi trabajo. Mi proceso creativo está impulsado por el material, no parto con una visión fija de cómo quiero que sea una pieza, mis obras siempre evolucionan a partir de extraños encuentros de materiales”.
“Mi trabajo reciente se inspira en el lecho marino como un sitio de transformación proteica”
Su fijación con la transformación de la materia en contacto con cuerpos de agua, viene probablemente de la infancia. “Cuando era pequeña, nuestra casa daba directamente a un estuario, por lo que algunos de mis primeros recuerdos son de sus cambios a lo largo del día. Cuando bajaba la marea, había una gran extensión de arena cubierta de diferentes algas, escombros y criaturas, y luego venía la marea y se lo llevaba todo. Creo que esto me hizo tomar conciencia del paisaje en constante cambio y del mar como algo que traga y escupe cosas. Además, mi herencia mixta ha hecho que siempre me hayan atraído las cosas que no están fijas o situadas en un lugar concreto; ese es el estado que pretendo lograr en mi trabajo”.
Así es como se construye esta dualidad entre lo familiar que viene de imágenes de la infancia, y la extrañeza de elementos, materiales y cuerpos que no reconoces en el agua. El mismo dimorfismo que se produce en las esculturas de Sophie.
“Lo que más me preocupa es crear una respuesta psicofísica: me interesa cómo los materiales pueden ser a la vez seductores y repulsivos, y poner al espectador en un estado de tira y afloja en relación a la obra».
«Esa es una relación más dinámica que la idea de la obra de arte como un mensaje fijo y el espectador como un receptor pasivo».
«Busco generar una reacción visceral, una respuesta corporal, pero también algo que tiene una carga psicológica”.
“Me interesa cómo los materiales pueden ser a la vez seductores y repulsivos, y poner al espectador en un estado de tira y afloja en relación a la obra”
A raíz de una experiencia en una galería de arte, Sophie está enfocada actualmente en cosas a un nivel más microscópico que resultan un gran desafío técnico. “Hace poco vi un tragaluz en un museo que no habían limpiado en contraste con el interior prístino de la galería. Había crecido en él una capa de algas y bacterias interrumpida por la lluvia, las gotas creaban patrones celulares como si la ventana fuera un portaobjetos muy grande de un microscopio. La instalación en la que estoy trabajando se ha desarrollado a partir de este encuentro: una pieza involucra compuestos que mueven agua en células similares a gotas y recrean los patrones celulares que ví”.