Adentrándose en las profundidades de la vida diaria en las distintas regiones del mundo, Rob Hornstra (Países Bajos, 1975) comienza su recorrido a los 18 años, una vez que su abuelo falleció y su padre le regaló un equipo de revelado análogo. El fotógrafo nos comenta que creció en un entorno sumamente conservador y católico, donde las expresiones religiosas fueron las únicas formas de arte a las que tuvo acceso durante años. Sin embargo, fue gracias al descubrimiento de la alquimia en el cuarto oscuro que despertó una labor que nunca abandonó: la de capturar la esencia de mundos cotidianos.
“Me enganché de inmediato. La magia de revelar una película y hacer copias me fascinó. Convertí mi habitación en un cuarto oscuro que también tenía una cama, y durante mi adolescencia, muchas veces me dormí con el maravilloso olor de los químicos fotográficos. Todavía me encanta ese olor”.
Hornstra comenzó fotografiando eventos deportivos, pero inmediatamente se vio cautivado por retratar a sus compañeros en su día a día. Fascinado por la fotografía, decidió postular a escondidas de sus padres a la Academia de Arte de La Haya, un proceso decepcionante en un principio. Así, Rob se enfocó en tener una carrera tradicional y en desarrollar la fotografía y las artes en paralelo. Seis años después, volvió a postular a la misma universidad, y hoy día es profesor en ella, nos cuenta.
“Un detalle curioso: cuando en 2015 me convertí en jefe del Departamento de Fotografía en la Real Academia de Arte de La Haya. De hecho, algunos de los mismos profesores que—con razón—me habían rechazado años atrás seguían trabajando allí”.
Hornstra nos comenta que gran parte de su pasado ha sido su principal guía e influencia durante años, dando una identidad sensible a sus retratos y cimentando su camino como fotógrafo documental.
“Creo que crecer en una comunidad católica protectora pero cerrada ha tenido una gran influencia en quién soy como fotógrafo. Dentro de nuestra comunidad, había muchos prejuicios sobre los demás. De niño, aceptaba estos prejuicios como hechos, pero a medida que crecí, me di cuenta cada vez más de que no eran ciertos. Comencé a entender que la estigmatización surge del miedo y la inseguridad, y que a menudo sirve para fortalecer la propia comunidad”.
“Hoy en día, la estigmatización es una de mis principales fuentes de inspiración para mis proyectos. La fotografía me permite cuestionar constantemente mis propios sesgos al adentrarme en ‘el otro’”.
“Hoy en día, la estigmatización es una de mis principales fuentes de inspiración para mis proyectos. La fotografía me permite cuestionar constantemente mis propios sesgos al adentrarme en 'el otro'”
Rob expone que, a través de su fotografía, espera incentivar a las personas a reflexionar sobre sus propios prejuicios, y en un nivel más amplio, su objetivo es contrarrestar la creciente polarización social. Un ejemplo de esto es su proyecto Man Next Door, en el que retrata a su vecino Kid, del barrio obrero de Ondiep en Utrecht. Kid se convierte en el protagonista de estas series y encarnaba muchos de los estereotipos asociados con el vecindario: desempleado, adicto, criminal y violento. Sin embargo, para el fotógrafo, Kid era, ante todo, su vecino, y lo retrató en ese rol durante varios años, despojándolo de esas etiquetas en sus fotos.
En 2017, este fotolibro se lanzó con una exposición en el Museo Central de Utrecht, atrayendo a público local e internacional. Más adelante, en 2021, la exposición se presentó en la casa de su antiguo vecino, justo antes de ser demolida, con más de mil visitantes y de forma autogestionada, permitiendo el acceso a la muestra a la comunidad cercana a Rob y Kid.
“Man Next Door refleja mis ambiciones como creador: presento mis proyectos en el mundo del arte (museos, instituciones culturales, festivales y ferias), pero también diseño presentaciones alternativas en lugares alejados del arte para acercar mi trabajo a diferentes públicos”.
Como fotógrafo, Hornstra, a diferencia de lo que podamos creer, sí se considera un observador externo. Nos comenta que, siempre antes de iniciar un proyecto o un retrato, es honesto sobre su posición en el contexto. La transparencia y el interés genuino son pilares dentro de su trabajo, por lo que le es importante manejar las historias con el cuidado que merecen, junto con enviar las fotografías a los retratados.
“Fotografío personas de diferentes orígenes, religiones, edades y subculturas—a veces individuos en situaciones vulnerables. Inevitables dilemas éticos surgen, y tengo que decidir si representarlos de manera reconocible o no. A veces, proteger a una persona puede impedir un impacto a mayor escala. En última instancia, el papel más importante en estas decisiones éticas lo tienen las personas fotografiadas. A menudo tienen razones poderosas para querer o no querer participar. Yo escucho su voz”.
“A veces, proteger a una persona puede impedir un impacto a mayor escala. En última instancia, el papel más importante en estas decisiones éticas lo tienen las personas fotografiadas”
La mayoría de las series fotográficas de Rob constituyen un compromiso a largo plazo, de años de trabajo, investigación y conversación. El fotógrafo nos comenta que esta pasión se forjó mientras estudiaba, consolidándose en su proyecto final de título. Se trató de una serie sobre la primera generación de jóvenes rusos que crecieron tras la caída del comunismo. Más adelante, en 2009, junto al escritor Arnold van Bruggen, inició un proyecto de cinco años sobre la región que rodea Sochi, Rusia, conocida como “la ciudad olímpica”. Continuaron fotografiando y fotografiando, pero el proyecto tuvo que concluir cuando, en 2013, fueron incluidos en una lista negra y se les prohibió la entrada a Rusia.
“La conexión con un proyecto, y especialmente con las personas que juegan un papel en él, solo se profundiza con el tiempo. Eso es increíblemente gratificante, pero al mismo tiempo, puede ser una trampa. La verdadera profundidad en un proyecto no viene de permanecer en personas o detalles, sino de sumergirse continuamente en territorios nuevos y desconocidos”.
La mayoría de los proyectos fotográficos de Rob, desde sus inicios, tienen un lugar en el mundo a través de medios impresos, en los que sigue el proceso de principio a fin. Da una especial importancia al ánimo de permanencia del papel y a la labor de autopublicarse. Nos comenta que siempre ha sentido un rechazo a las computadoras frente a lo tangible: “Me encanta absolutamente el olor y la fisicalidad del papel”.
Desde sus primeros proyectos universitarios, tomó la decisión de invertir todo el dinero que tenía en hacer copias en offset de sus fotografías y armar libros detallados, pequeños y con una circulación más bien cercana. Tras estos largos años de experiencia, Rob constantemente se hace una pregunta, o más bien un recordatorio basal, antes de cualquier publicación:
“¿Cuál es el objetivo de este libro, y qué estrategia le conviene más? En resumen, la ventaja de un editor es que la distribución a veces está mejor organizada, pero el gran beneficio de la autoedición es la libertad creativa que permite en cuanto a contenido, diseño y producción”.
“El gran beneficio de la autoedición es la libertad creativa que permite en cuanto a contenido, diseño y producción”
Así, nos comenta que crear retratos icónicos de las situaciones más cotidianas es lo que lo mueve a disparar, resonando con su propia visión de mundo, alejada de lo digital y del tránsito acelerado que envuelve a las redes sociales.
“Creo firmemente en el poder de la fotografía. No de la manera en que algunos dicen, que ‘una imagen vale más que mil palabras’, sino porque el impacto visual de la fotografía puede amplificar la creación de conciencia—ya sea para llamar la atención sobre problemas sociales o para moldear nuestra futura percepción de la historia”.
“¿Cómo mirará alguien nuestra época dentro de cien años? Tengo serias dudas sobre si los millones de fotos que inundan las redes sociales cada día resistirán la prueba del tiempo”.
Finalmente, Rob nos comenta que actualmente lleva cinco años trabajando en The Europeans, una búsqueda abierta sobre la Europa contemporánea y el europeo moderno, en un momento en que Europa parece desmoronarse bajo la presión de la guerra, el resurgimiento del nacionalismo y el populismo.
“Cartier-Bresson publicó por primera vez The Europeans en 1955, pero continuó trabajando en el proyecto hasta bien entrada la década de 1990. Es completamente posible que me ocurra lo mismo a mí”.
Sigue más de su trabajo robhornstra.com
