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Matías Torres: La cárcel como espejo de la sociedad

Matías Torres (Cerro Navia, Santiago, 1985) lleva más de 20 años documentando de forma sensible lo que es su trabajo: ser fotógrafo de Gendarmería en las cárceles de Santiago. En tercero básico, llegó una delegación de extranjeros a su colegio; allí le sacaron su primer retrato análogo, que aún conserva. Se maravilló rápidamente con estos artefactos capaces de captar memorias y recuerdos, por lo que decidió estudiar fotoperiodismo en la universidad. Allí descubrió la posibilidad de combinar el oficio fotográfico con la narración e investigación.

Pero, ¿cómo es que llegó a este oficio tan particular? Matías nos cuenta que, mientras estudiaba en el Instituto Alpes, Enrique Aracena, profesor y fotógrafo, les enseñó algo fundamental en la práctica fotográfica: cómo vivir de la fotografía. “No era fotoperiodismo como tal, pero esa habilidad nos ayudó muchísimo a conseguir trabajos. Recuerdo que en una ocasión me dijo: ‘Tú ya sabes cómo hacer plata, y necesito un grupo que tome fotos en la reclusión nocturna para una amiga de Gendarmería’”.

Matías afirma que se trataba de una visita para reflexionar sobre medidas alternativas a la reclusión. Así comenzó a visitar distintos lugares: el centro de reclusión nocturna Blas Cañas, oficinas de libertad vigilada, firmas mensuales, y también asistió con el grupo a actividades con ex internos. Todo ese trabajo fotográfico se tradujo en una exposición de carácter institucional que se montó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. “Yo tenía 21 años en ese momento; hoy tengo 40”, comenta.

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Después de esa experiencia, al grupo de estudiantes les ofrecieron una práctica para un solo fotógrafo en la unidad de comunicaciones de Gendarmería. “Ninguno de mis compañeros quiso tomarla, ya que todos soñaban con trabajar en medios. Yo, en cambio, vi la oportunidad de hacer mi tesis sobre la cárcel… y al final me quedé trabajando ahí hasta hoy. Así, lo que partió como una simple práctica universitaria terminó convirtiéndose en su oficio principal, al cual le ha dedicado el esfuerzo y la mirada humana todos estos años. 

“Vi la oportunidad de hacer mi tesis sobre la cárcel… y al final me quedé trabajando ahí hasta hoy”

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Matías nos comenta cómo es un día normal de trabajo en la cárcel: “Mi trabajo parte en una oficina, desde donde salgo a distintos penales de Santiago y de otras regiones de Chile. Las pautas que recibo de Gendarmería son bien institucionales y jerarquizadas; a eso yo lo llamo fotografía institucional. Por otro lado, también tengo la posibilidad de fotografiar la vida diaria dentro de los penales. Siempre lo hago con mucho cuidado: sin entorpecer el funcionamiento de la cárcel, respetando los códigos internos y, sobre todo, intentando pasar desapercibido en los espacios”.

Con el tiempo, el fotógrafo se ha ido sensibilizando y ha logrado captar las sutilezas y formas de vida, de cotidianidad, que suceden dentro del recinto, y que, sorprendentemente, no se alejan mucho de la realidad de los de afuera:

“Al principio, mi búsqueda era muy de reportero, impulsada por el morbo o el tabú que rodea a la cárcel. Creo que muchos parten desde ese lugar. Con el tiempo, sin embargo, mi enfoque ha cambiado. Hoy mi búsqueda tiene que ver con el espacio en sí, con los miles de internos que circulan por él y con la huella que deja el ser humano en un recinto construido para contener tanta humanidad, tantas historias de alegría y de dolor”. 

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“Podría decir que hay algo de estética y algo de narrativa en mi trabajo, pero al final, lo que presento es simplemente lo que la cárcel me permitió ver. Lo que me mostró por su propia dinámica”. 

Los ingresos a las cárceles pueden deberse a distintos motivos, explica Matías. Los pedidos pueden ir simplemente de reportar la vida diaria de los recluidos, actividades de carácter político o gubernamental, y hasta procedimientos como allanamientos o traslados de internos. “Cada uno de estos contextos te enfrenta de forma distinta a las personas privadas de libertad”, explica. Siempre trata de no “enfrentar” a los internos; al contrario, se adentra siempre desde el respeto y de forma sigilosa. Además, rara vez se enfoca en hacer retratos personales, sino en retratar un conjunto de experiencias en una escena más bien amplia.

“Con el tiempo, uno aprende a respetar profundamente a quienes viven en esta situación (…) Muchas veces simplemente observo y espero… hasta que los internos se olvidan de mi presencia. Es en ese momento donde capturo, con el mayor respeto. Quizás por eso, en mis 18 años trabajando en cárceles, jamás he tenido un problema con los internos”.  

“Muchas veces simplemente observo y espero… hasta que los internos se olvidan de mi presencia. Es en ese momento donde capturo, con el mayor respeto”

Para el fotógrafo, su trabajo se ha convertido en un largo viaje, un viaje al centro de la cárcel a través de su lente. Nada en este trabajo está preparado, movido o acomodado para la cámara. “Es la cárcel tal cual es, sin filtros ni adornos, sin pelos en la lengua”. Matías nos comenta que muchas de las imágenes que ha capturado reflejan, paradójicamente, momentos de libertad. Por eso, llamó Reflejo de una Sociedad a una exposición que montó en la Galería Lira.

“Quise que quienes están en libertad pudieran reconocerse también en estas imágenes, porque muchas veces viven en cárceles mucho más grandes y menos visibles. Intento acercar esa realidad a quienes no la conocen. Estar apretado en el metro en hora punta no es tan distinto a esperar atención en el hospital penal. Una pichanga de barrio es la misma pichanga que se juega en la cárcel. Y así como tú extrañas a tu familia, ellos también lo hacen, aunque nuestros contextos y valores sean distintos. Estoy convencido de algo: la cárcel es el reflejo de la sociedad”. 

Sobre las muchas emociones que se pueden sentir en el recinto penitenciario, el miedo es una de las principales que ha sentido el fotógrafo, y que, luego de estos 20 años trabajando allí, aún lo acompaña. “Quien dice que no siente miedo al entrar a una cárcel, miente absolutamente. Ese miedo es lo que te mantiene alerta al 100%, especialmente cuando toca cubrir procedimientos o situaciones de riesgo. En lo personal, disfruto mucho de esos momentos, porque despiertan en mí el espíritu de reportero”.

Matías comenta que el incendio en la cárcel de San Miguel ha sido la tragedia más grande que le ha tocado fotografiar en toda su carrera. El material que logró capturar es muy fuerte, pero es el reflejo directo de una tragedia de esa magnitud, explica. Sin embargo, a pesar de lo doloroso y cruel de aquella situación, Matías nos cuenta que ese registro fue un aporte, no sólo a modo de documentar lo que ocurrió de forma histórica, sino para impulsar los cambios que vinieron después en las unidades penitenciarias: “Esas imágenes, hasta hoy, solo han sido utilizadas en peritajes. Pero espero que algún día puedan mostrarse, para que el país vea lo que vivieron los internos y funcionarios esa noche”.

Con este tipo de fotografías, la labor se desprende del registro, abriendo tanto la posibilidad de generar nuevas políticas carcelarias como de evidenciar la crueldad allí vivida, visibilizando la desprotección de los presos.

“Mi interés inicial, que partió del morbo y lo tabú, se extinguió por completo después del incendio en la cárcel de San Miguel. Y creo que lo mismo le pasaría a muchas personas si tuvieran acceso directo a esas imágenes, o si simplemente pudieran visitar estos lugares”. 

Finalmente, Matías reflexiona sobre lo única y compleja que es la experiencia de fotografiar lo que ocurre al interior de las cárceles, su gente y estilos de vida. Una cosa es entrar con una cámara; otra muy distinta es tratar de representar lo que realmente es una cárcel en las dos horas que probablemente tendrás para recorrerla. Yo llevo 18 años haciéndolo, y aún siento que no tengo por completo el relato”. Así, establece que, si bien hay mucho contenido en las cárceles, a veces es inevitable caer en clichés al sacar fotos sólo desde una mirada autoral o puramente estética: las palomas, las zapatillas colgando, los símbolos icónicos de lo carcelario.

“Pero creo que debería existir algo más profundo:que muestre esta realidad sin adornos. Sería un gran consejo visual para cuidar la libertad”. 

Más de su trabajo en @le_mond3

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