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Manu Castillo en Cuba: verse a sí mismo a través de la isla

Desde sus inicios, la vida de Manu Castillo (Santiago, 1990) ha estado marcada por la búsqueda de libertad y movimiento. Antes de encontrar su camino en la fotografía, su mundo giraba en torno al fútbol. Jugó en las divisiones inferiores de la Unión Española, con la posibilidad de convertirse en profesional, pero las exigencias del entorno y su espíritu indomable lo alejaron de ese destino. «Siempre fui un poco indisciplinado, irreverente», dice Manu, reconociendo que nunca encajó del todo en estructuras rígidas.

¿Qué lo mueve? ¿Por qué esa necesidad de explorar más allá de lo establecido? Quizás la respuesta está en su imposibilidad de quedarse quieto, en su rechazo a lo predecible. 

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La fotografía apareció como una vía de escape, una herramienta que le permitió reconfigurar su identidad, lejos de las normas del fútbol. A los 16 años, las imágenes que su primo Gaspar traía desde África le hicieron comprender el poder del lenguaje visual. «Él vivió en Barcelona y se fue a hacer algo parecido a ayuda humanitaria, fotografiando en blanco y negro con una cámara de 35mm. Recuerdo ver esas imágenes y sentir que había algo ahí, algo más grande que solo una foto». A los 17, compró su primera cámara en el persa Bío Bío y comenzó a disparar. Intentó seguir una formación académica en la Escuela FotoArte, pero su paso fue breve: la expulsión marcó un punto de inflexión, empujándolo a un camino autodidacta donde la exploración definió su crecimiento.

«Me inscribí en la escuela de fotografía, pero me echaron a los seis meses. No era un tema de talento, sino de actitud. Me pasó lo mismo en el fútbol: no encajaba en las estructuras. Después de eso, todo lo que aprendí fue por mi cuenta, en la calle, disparando».

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Ese mismo impulso por romper estructuras lo llevó a hacer del viaje una extensión de su fotografía. Manu no se considera un turista, ni un espectador pasivo de los lugares que visita. Desplazarse es parte de su educación visual, un ejercicio de observación constante y de conexión con el contexto. «Me gusta mucho el desplazamiento físico. Me gusta mirar, observar, conectar con la gente, ver exposiciones, educarme. El viaje es parte fundamental de mi educación visual».

No se trata solo de recorrer lugares, sino de sumergirse en la realidad de cada espacio. «No estoy muy ligado a ningún lugar. A pesar de que estoy en mi ahora, ya todos los meses pienso que puedo cambiar de lugar, cambiar de piel, tener nuevas perspectivas, ver las cosas con distancia y disfrutar también». Su fotografía es nómade, como él. «Me nutro de lo que está en movimiento. Vengo de clase media de Las Condes, pero estudié en un liceo, con compañeros que habían estado presos y otros que hicieron mucha plata. Siempre me sentí en un tránsito entre mundos y creo que eso se refleja en mi forma de viajar. No quiero ver lo evidente, me interesa lo que se esconde entre capas, lo que no es tan accesible para el ojo del turista».

“No quiero ver lo evidente, me interesa lo que se esconde entre capas”

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Más que un ejercicio técnico, la fotografía para Manu es un proceso de autoconocimiento. «Utilizo la fotografía como una herramienta psicológica para entender quién soy. Es un proceso silencioso, casi de trance, que me conecta con otra parte de mí. No hago un trabajo conceptual o racional donde todo esté estudiado. La fotografía se ha transformado en algo que me escucha y me sostiene, un vínculo sagrado».

“La fotografía se ha transformado en algo que me escucha y me sostiene, un vínculo sagrado”

En su trabajo, la imagen no es solo el resultado de una composición estudiada, sino una búsqueda donde el azar, la intuición y la sensibilidad juegan un papel central. «Hay imágenes que hago y que en el momento no entiendo del todo. Pero luego, cuando las reviso, empiezo a ver conexiones, a entender qué estaba viendo realmente. Creo que la fotografía tiene esa capacidad de revelarnos cosas que la mente no es capaz de procesar en el instante».

Uno de los trabajos más significativos de Manu Castillo es su serie fotográfica sobre Cuba, desarrollada en dos viajes separados por más de una década. El primero, extenso e inmersivo, lo llevó a vivir un año en la isla, sumergiéndose en su ritmo, su gente y su arquitectura desgastada. El segundo, más reciente, fue un regreso breve pero intenso, marcado por la necesidad de revisar su propia mirada y confrontar lo que el tiempo había cambiado—y lo que seguía intacto. Para Manu, Cuba es un territorio de exploración personal, donde la fotografía le permite registrar tanto lo visible como lo latente.

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Su interés se centra en la vida urbana, la permanencia y el éxodo, en cómo los cubanos habitan su entorno y negocian su destino en un país de contradicciones. Las calles de La Habana, los rostros que resisten, los espacios que narran ausencias, son parte de un ensayo visual donde el encierro y la resistencia dialogan sin descanso. Su trabajo, presentado en formato fotolibro, fue distinguido con el premio máximo en la última edición del Festival Solar en Fortaleza, Brasil, un reconocimiento que destacó su manera de abordar la memoria, la identidad y la tensión entre lo estático y lo mutable en la isla.

En su serie fotográfica sobre Cuba, Manu Castillo explora la relación entre el encierro y la transformación personal. «La idea de la ‘pesadez de una isla’ viene del poema La isla en peso de Virgilio Piñera. Es un concepto que representa el peso histórico, político y social de Cuba. Cuando estuve en la isla, sentí esa carga, esa sensación de estar atrapado, como muchos cubanos que miran el mar desde el malecón y dicen ‘quiero salir’. En Cuba, el movimiento no es fácil, la salida no es inmediata».

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“Cuando estuve en la isla, sentí esa carga, esa sensación de estar atrapado”

Manu se vio reflejado en esa sensación de encierro. «Cuando tienes 23 años y haces muchas fotos, la intensidad del lugar te transforma. En un momento me vi a mí mismo cambiando, atrapado en esa misma sensación de encierro». La experiencia de vivir en Cuba durante su primer viaje no solo le permitió documentar su entorno, sino también verse a sí mismo a través de la isla. La imposibilidad de salir fácilmente, la percepción de un futuro incierto y la constante presencia de lo político en la vida cotidiana se convirtieron en un espejo de su propia búsqueda.

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«La vida gira en torno al arte porque es de las pocas salidas reales», explica Manu, refiriéndose a la comunidad de artistas cubanos con la que convivió. Muchos de sus amigos vivían para la creación: exposiciones, performances, galerías, proyectos independientes, donde el arte no era sólo expresión, sino también una forma de resistencia. Esa intensidad, ese impulso por dotar de significado cada gesto, cada obra, cada conversación, lo sobrecogió. «Y yo necesito un poco de superficialidad también». No se trataba de rechazar esa profundidad, sino de buscar un equilibrio. Mientras sus amigos se sumergían en debates filosóficos sobre el destino de la isla, la historia y el arte, él sentía la necesidad de respirar, observar sin interpretar, perderse en lo banal de vez en cuando.

Las representaciones de Cuba en la fotografía contemporánea han estado marcadas por una mirada repetitiva, que enfatiza la ruina, la precariedad y el exotismo. Manu Castillo propone una visión distinta, alejándose de los estereotipos visuales. «En mi trabajo sobre Cuba evito la precariedad obvia, la imagen del deterioro que muchas veces se repite. No quiero caer en la mirada de turista que exotiza la ruina o que pisa la cultura cubana desde afuera. Prefiero documentar lo que está ocurriendo en los márgenes, en espacios de resistencia, en nuevas arquitecturas y comunidades».

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“No quiero caer en la mirada de turista que exotiza la ruina o que pisa la cultura cubana desde afuera”

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«Me interesa, por ejemplo, lo que hace Infraestudio, una arquitectura clandestina, independiente del Estado, que busca soluciones fuera de lo patrimonial y lo oficial. Me gusta seguir a la gente joven que decide quedarse y construir desde dentro, en vez de exiliarse».

El trabajo de Manu Castillo sigue en expansión. Su serie en Cuba es parte de una búsqueda más amplia que aún no concluye. Con la intención de darle una segunda edición a su libro y seguir explorando la narrativa de la isla, su regreso es inevitable. «Ahora estoy esperando conseguir financiamiento para seguir desarrollando mi proyecto en Cuba. Me gustaría volver, darle una segunda edición al libro, empezar a escribir y publicarlo en 2025″.

Mientras tanto, su obra cruza fronteras con exposiciones en Holanda y posibles muestras en Berlín. La fotografía para él no es un destino, sino un proceso en constante movimiento. «Voy a estar en un festival en Holanda, dentro de una curaduría que hizo Luis Juárez de Balam. También participaré en la publicación del libro Memoria Fracturada, editado por Club del Prado que se lanzará este año».

Manu Castillo sigue en tránsito. Su ruta, al igual que su mirada, nunca se detiene.

Sigue su trabajo en @manucastilloj

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