Antes de que Lydia Blakeley (Bracknell, Reino Unido, 1980) saliera de la escuela, se reunió con un asesor profesional para evaluar qué carrera se adaptaría mejor a su personalidad. El resultado: su destino más acertado y probable era ser secretaria o administrativa. “A partir de ese momento, cambié, me apagué. Recuerdo vagamente salir de la reunión sintiéndome abatida, pero no lo cuestioné; en aquel entonces ni siquiera se me ocurría que podía ser artista, ser pintora”.
Obedeciendo a ese destino gris, trabajó en pubs y fue asistente de ventas, yendo “a la deriva” durante bastante tiempo, pero encontrando cursos de dibujo o pintura allá donde fuera. En 2013, con 33 años, decidió dar el volantazo esperado: consiguió una plaza en el Leeds College of Arts e irse a estudiar arte, para después cursar un máster en la Goldsmiths de Londres. “Fue durante mi educación artística que encontré la enseñanza y la orientación más profunda y, por una vez en mi vida, supe que estaba en el camino correcto”.
Una “decisión visceral” le hizo decantarse por la pintura, quizá una de las disciplinas más desafiantes y, por ello, más estimulantes cuando el talento y los resultados acompañan.
“Todos los días pienso en la suerte que tengo de poder ser pintora, de dedicar mi tiempo a adquirir sabiduría práctica con un material tan extraordinario y no saber nunca lo que traerá a diario. Por otro lado, hay muchos días en los que las cosas no salen como yo esperaba, es una montaña rusa emocional, pero todo es fascinante, supongo que eso es lo que hace que ser artista sea tan satisfactorio […]. La pintura eleva el tema, en esta era digital sigue siendo un medio importante para reflejar la vida cotidiana. La pintura te obliga a frenar, a reflexionar y mirar de verdad, hay una tensión entre la lentitud del medio y el ritmo acelerado de la cultura contemporánea”.
“La pintura te obliga a frenar, a reflexionar y mirar de verdad, hay una tensión entre la lentitud del medio y el ritmo acelerado de la cultura contemporánea”
Su visión madura y deliberadamente paciente, fruto quizá de haber empezado “tarde” como artista y haber conocido otros caminos alejados de la exploración creativa, le lleva a considerar la prueba-error el proceso natural y orgánico de casi todo lo que sucede en la vida. “El estudio debería ser un espacio para fallar, luchar, resolver problemas y aprender de los errores”.
Esta “zona de confort” que es el estudio, su taller, es donde vuelca aquello que ve y le llama la atención, no solo de su propia vida, sino también de las historias que imagina a través de imágenes que encuentra en las redes sociales o en internet y que atesora hasta que es el momento de recuperarlas (o no). De esta manera, agrega capas de significado a la cotidianidad e inventa nuevas narrativas, tal y como hacía cuando era pequeña y guardaba recortes de revistas de moda en sus álbumes (que aún usa hoy como referencias).
“Estoy enganchada a las redes sociales e Internet, en el día a día estoy constantemente mirando mi teléfono, buscando imágenes en Google, en redes sociales, tomando capturas de pantalla o viendo fotogramas de películas. Mi atención se dirige a todos esos lugares dispares pero conectados […]. Es ese tipo de escena de una fotografía que te llama la atención y que Roland Barthes describió como el ‘punctum de una fotografía, ese accidente que me pincha, pero también me lastima’. A veces encuentro imágenes que guardo durante meses, incluso años, hasta que llega el momento adecuado para intentar abordarlas y ver a dónde me llevan”.
“Estoy enganchada a las redes sociales e Internet, en el día a día estoy constantemente mirando mi teléfono, buscando imágenes en Google, en redes sociales, tomando capturas de pantAlla o viendo fotogramas de películas”
De entre esas imágenes que Lydia acumula en diversas plataformas digitales y en su teléfono, también se siente atraída por escenas aspiracionales, cosas o lugares fuera de su alcance que el algoritmo o los comerciales ponen ante sus ojos y le hacen sentir cosas. El texto no le preocupa tanto, su aprendizaje fue más visual.
En la galería que le representa, la Niru Ratnam, describen su obra como “desapasionada, inexpresiva y genial”. La quietud de sus escenas, quizá la frivolidad de centrarse en la imagen, pero a la vez la calidez del proceso de idetificación que de eso se desprende (a todos nos gusta una foto bonita, una imagen de calma), podrían llevar a esos adjetivos.
“Estoy de acuerdo, pero no creo que esas características sean algo deliberad cuando trabajo, es solo el lenguaje visual que he desarrollado con el tiempo. No importa cuál sea mi motivación, no es posible transmitir plenamente los conceptos que tengo en la cabeza mientras hago la obra. A veces, hay hilos que unen mi práctica, por ejemplo, temas de aspiración y escapismo, pero todo suele fluctuar bastante. Es un privilegio poder examinar la afluencia de información visual efímera que consumo digitalmente día a día. En definitiva, estoy generando mi interpretación particular de la realidad y quien mira mis pinturas puede interpretar la obra de innumerables maneras. Es interesante que las múltiples perspectivas subjetivas formen nuevas interpretaciones de las pinturas”.
“Estoy generando mi interpretación particular de la realidad y quien mira mis pinturas puede interpretar la obra de innumerables maneras”
Actualmente, Lydia trabaja en una serie de pinturas que profundizan en la estética de finales de los 80s e inicios de los 90s y que se expondrán en octubre en la Niru Ratnam Gallery de Londres, alejándose temporalmente de las escenas vacacionales y los jardines botánicos de cactus. Aún y tener ciertas cosas e ideas planificadas y en mente, siempre reserva un lugar para el posible error. “Disfruto de tener espacio para esos contratiempos o ideas que no funcionan, ya que siempre hay algo que aprender durante el proceso y espero ver adónde todo eso me llevará”.
Puedes seguirle en su Instagram @lydiablakeley