Existen tribus urbanas que no pueden ser registradas desde afuera, se necesita ser parte de la comunidad para conocer las claves de acceso y, así, lograr documentarlas. Eso lo sabe muy bien el fotógrafo chileno Luciano Diaz (La Calera, 1992) quien, desde los doce años, habita y recorre la movida punk de Valparaíso y Santiago, llegando a acceder, con el tiempo, a casas okupas, tocatas y fiestas under que solemos ver desde la vereda por no pertenecer a las tribus que las convocan.
El recorrido de Luciano por el punk chileno se inicia prematuramente con su banda Sin pena ni gloria, que le permitió conocer el continente y le abrió las puertas a todos los espacios donde esta comunidad se desarrolla. Años después, el fotógrafo decidió, no solo vivir esas experiencias, sino también registrarlas en formato audiovisual a modo de primer acercamiento
“A los 18 años entré a estudiar cine y convencí a todo el mundo que iba a terminar la carrera y a dedicarme a eso. Conseguí una cámara digital, pero los estudios no eran lo mío. En esos tiempos andaba todo lanzado en el punk y viajaba caleta, anduve por varias partes de Chile, Bolivia y Argentina, conocía gente y les hacía clips sin ninguna intención que ahora ‘duermen’ en discos duros. Todo ese rollo no era compatible con la escuela y el estudio. Fueron cinco años muy intensos que pasaron super rápido y que apenas recuerdo”.
Algo que el autor sí recuerda de forma vívida fue lo que le sucedió a los 23 años cuando, la noche del 8 de marzo de 2015, fue herido de bala junto a otros cuatro compañeros punkis mientras pasaban el rato afuera de un bar en la ciudad de La Calera.
“Haber sido baleado y sentir de cerca la muerte, me motivó para dedicarme de lleno a la fotografía”
“Pasó un gendarme borracho que, por pura discriminación, disparó primero a uno de mis amigos. Salté para defenderlo y luego traté de quitarle la pistola, pero fui herido con seis balazos a quemarropa, una bala me dio en el pecho, otra en la pierna y cuatro en los glúteos, incluso aún tengo una bala alojada en el cuerpo. Después descargó el resto de las balas contra los otros dos. Los cinco salimos con vida, aún no sé cómo. Haber sido baleado y sentir de cerca la muerte, me motivó a dedicarme de lleno a la fotografía y documentar a mi círculo de amigos como una forma de poder entenderme y encontrarle sentido a la vida”.
En las fotografías de Luciano, podemos ver espacios a los que normalmente se les prohíbe la entrada a las personas “comunes y corrientes”, como las casas okupa, y también hay situaciones con amigos y cercanos que están al límite de la moral social. Luciano nos explica cómo se desarrollan creativamente estas escenas en función a su regsitro.
“Para fotografiar me baso en los mismos códigos que tenemos en la calle. Los amigos que aceptan ser fotografiados saben que he llegado hasta aquí porque he respetado esos códigos y saben que pueden terminar en una exposición, un libro o lo que sea. Siempre fotografío con el máximo respeto y nunca juzgo sus acciones. Todo el tiempo busco comprenderme a mí mismo a través de los cabros que documento y eso significa también encontrarme con mis demonios y con mi alegría”.
“Todo el tiempo busco comprenderme a mí mismo a través de los cabros que documento y eso significa también encontrarme con mis demonios y con mi alegría”
Actualmente Luciano continúa desarrollando esta serie, llamada Mi familia Punk, además de Nuevo Mundo, un proyecto que reflexiona en torno a la identidad latinoamericana, mientras imparte talleres de fotografía documental.