Cuando hablamos con artistas es frecuente que nos cuenten acerca del oficio de sus padres, madres, abuelos o abuelas, como algo que contribuyó a desarrollar su creatividad. Estos estímulos tempranos son los mismos que recibió Margarita Talep (1995) –la menor de cuatro hermanos– cuando su madre se la llevaba de muy pequeña al laboratorio en el que trabajaba como tecnóloga médica, en el hospital de Rancagua. Allí, se rodeaba de instrumentos y procesos de medición análoga y manual (microscopios, placas de petri, etc.).
“El contacto con estas experiencias desde temprana edad fue generando un interés y una curiosidad, que más tarde, en mi época universitaria, se manifestó en mi metodología de trabajo”, comenta Margarita, quien también recuerda cuando acompañaba a su hermano Raúl a recolectar insectos para su insectario mientras estudiaba Agronomía. “Era el tipo de niña que siempre preguntaba el porqué de las cosas, tenía mucha curiosidad por entenderlas”. Y esta mente curiosa no le ha abandonado hasta el día de hoy, incluso le ha llevado a lugares que quizá no esperaba llegar.
“Era el tipo de niña que siempre preguntaba el porqué de las cosas, tenía mucha curiosidad por entenderlas”
Damos un gran salto hacia adelante para encontrarnos con el trabajo que Margarita ha desarrollado en los últimos años como diseñadora industrial especializada en el biodiseño y la investigación de fórmulas biomateriales sostenibles.
“Mi primer acercamiento a materiales de esta naturaleza se dio investigando los botones que se usan en la ropa y que antiguamente se hacían a partir de la proteína de leche. Antes de la invención del plástico, la mayoría de los objetos de uso cotidiano se fabricaban con fibras o proteínas vegetales o animales y tenían usos muy variados. […] Me comenzó a llamar profundamente la atención esta contradicción del rubro del diseño en la que se fomentaba la creación de insumos y materiales que no estaban contribuyendo a desaturar el medioambiente, sino todo lo contrario: continuar llenando el espacio con cosas, cuando lo que estamos necesitando hacer es lo contrario: practicar la vía sostenible”.
Este “descubrimiento” le llevó a Margarita a poner el foco en fomentar estrategias renovables, a tratar de desarrollar materialidades que reemplazaran, por ejemplo, el packaging de materiales nocivos para el medioambiente. Esto se fue trasladando a un ámbito experimental en el que la forma tomó más protagonismo que la funcionalidad y se abrieron “las puertas de un campo creativo más bien escultórico, pero también simbólico”. Así fue como su exploración en torno a la naturaleza de los materiales adquirió también dimensiones artísticas.
“Me comenzó a llamar profundamente la atención esta contradicción del rubro del diseño en la que se fomentaba la creación de insumos y materiales que no estaban contribuyendo a desaturar el medioambiente”
En esta desviación, allá por 2016, empezó a crear vasijas con caseína. En ellas encontró un elemento azaroso a través del comportamiento de los materiales (que parecen crecer hacia todos los lados libremente), y un componente intencional en la base forzadamente cilíndrica de estos objetos. “Comencé a modificar otras variables: solo el material, probé reemplanzando la caseína por almidones, coloides, gelatinas, entre otros. Me obsesioné finalmente con el material con origen en las algas porque sentía que era el único que potenciaba ese ‘azar’ en el resultado final de las piezas y esa era una característica muy llamativa, su contracción de forma aleatoria”.
Además de la forma con este tipo de biomateriales, también aprendió a trabajar el color, que cambiaba al estar seca la vasija, y que más recientemente ha empezado a asociarlo a sonidos para crear, en la serie «Vasijarios» (que reúne el trabajo de las vasijas en un formato diminuto), ritmos visuales.
A pesar de estar actualmente en pausa, su proyecto desintegrame, con el que junto a biólogos marinos, químicos e ingenieros elaboraba productos efímeros utilizando un material hidrosoluble hecho en base a algas, es uno de los que le ha servido para colaborar en otras grandes iniciativas que ya tienen una repercusión comercial en todo el mundo.
“El sistema productivo y las economías extractivistas en las que vivimos amparan y, a veces incluso, se sustentan en las malas prácticas que nos han llevado a este estado crítico e insostenible, en el que el desarrollo de una cosa implica la destrucción de otra. En ese contexto, que es global, urge trazar nuevos límites productivos y cambiar una ética difícil de mover. Desde esa mirada, un tanto pesimista, nace esta necesidad por enfocar el diseño hacia nuevos desafíos que impliquen avanzar en una dirección más empática que contribuya a un cambio. La misión es esa: contribuir”.
“Nace esta necesidad por enfocar el diseño hacia nuevos desafíos que impliquen avanzar en una dirección más empática que contribuya a un cambio”
Ante este panorama un tanto desolador y influenciado por intereses tan contrarios a la sostenibilidad, los cambios deben venir desde arriba. “La esperanza es lo último que se pierde. Los discursos políticos han ido integrando casi transversalmente una visión sustentable, pero del dicho al hecho… Es difícil generar políticas sustanciales que realmente tengan un impacto cuando hay un porcentaje no menor de personas en el poder que incluso llegan a desafiar los avances científicos al respecto o negar el cambio climático. Debemos aprovechar lo que se ha avanzado y cobrar la palabra como ciudadanos. Somos partícipes de nuestro futuro y debemos exigir cambios en lo macro y ser capaces de generar cambios en lo micro”.
Esto debe cambiar (y en un pequeño rango está cambiando) a nivel político, pero ya se está trabajando desde la academia, allá donde surgen las ideas. “Sólo falta un mecanismo o articulación que las saque de ahí fácilmente y las instaure como una solución real. Ese traspaso cuesta un montón en países como Chile”.
Puedes seguir el trabajo de Margarita en su cuenta de Insagram @margaritatalep
