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FOTOLIBRO WACHO: LAS VILLAS DESDE ADENTRO

El origen de la mirada de Diego Defeo (La Plata, Argentina, 1985) está marcado por una historia familiar atravesada por la fotografía: un abuelo fotógrafo ausente, una madre herida por esa pérdida y una cámara que le fue negada. De niño, soñaba con congelar jugadas viendo Los Supercampeones y exploraba mundos con National Geographic. Estudió cine, pero buscaba una imagen cruda, emocional. Ese deseo encontró lugar en las villas, donde la fotografía se volvió herramienta para evocar lo que el tiempo y la ciudad tienden a borrar.

En Argentina, las villas son barrios populares surgidos en los márgenes de ciudades, donde abunda el cemento, pero también algunas incluso allá donde hay campo y ciudad, todo mezclado, son lugares donde los derechos sociales y los servicios básicos son un privilegio. Las villas masivas, populosas son una realidad de este continente, en Chile poblaciones, en Brasil favelas. Así en todas las urbes de millones. Un lugar representativo de estas ideas es Villa 20, en el barrio de Lugano, al sur de Buenos Aires, nació en los años 80 con la llegada de familias migrantes del norte. Este sector de la ciudad está siempre en tensión, con el poder, la autoridad, aquí brotan resistencias, fuerzas populares, también desde su materialidad, ahí se condensa la fuerza de todxs esos cuerpxs villerxs. En ese entorno, Diego Defeo desarrolló Wacho, un fotolibro que retrata desde adentro las adolescencias, los afectos y la dignidad en los márgenes. 

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Wacho no retrata solo barrios populares: es una cartografía afectiva hecha de fragmentos, errores, sombras y vínculos. Diego llegó a Villa 20 a través de un rodaje documental, pero se quedó por la gente, por las ranchadas y las memorias compartidas al calor del fuego. Lo que comenzó como un registro técnico se transformó en un proceso íntimo, casi ritual. Su trabajo evita la nitidez digital: prefiere el grano, lo borroso, lo que vibra en el umbral de la luz y la sombra. Sus fotografías químicas tienen grano evidente, sus negativos están forzados, así aparecen figuras espectrales, ecos de voces que componen una historia colectiva, que aún persiste.

“Llegué a Villa 20 por un rodaje documental para Canal Encuentro. Ahí, de la mano del director Cristian Jure, conocí a varias familias del barrio. Con el tiempo, esas relaciones se volvieron vínculos afectivos, y así fue como me abrieron las puertas para volver, esta vez con mi cámara. En estos territorios no se entra solo: siempre hay un referente que te guía, alguien que te invita a compartir. De la villa, me impresionó la calle como espacio común, las ranchadas, los saludos, la comunidad viva. Ramón, uno de los protagonistas del libro, me contó que al llegar desde el Chaco, el barrio era solo campo. Cocinaban al fuego, cazaban liebres y patos en una laguna cercana. “De las cenizas nacimos, como el ave fénix”, me dijo. 

“De la villa, me impresionó la calle como espacio común, las ranchadas, los saludos, la comunidad viva”

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En un mundo obsesionado con la nitidez digital, el 4k brillante, Diego Defeo eligió el fílmico como gesto estético y político. En el grano, el error y la oscuridad, encontró una forma de narrar lo barrial desde el cuerpo y el inconsciente. Su apuesta es por lo imperfecto, lo que persiste sin mostrarse del todo.

“En pleno auge de los smartphones y la imagen digital perfecta, sentí rechazo por ese tipo de representación: limpia, nítida, sin alma. Buscaba algo más crudo, visceral, y encontré en el grano, el contraste y la textura del fílmico esa verdad que necesitaba. Me inspiré en la fotografía callejera de posguerra —Robert Frank, William Klein— por su rudeza formal y su potencia narrativa. Al fotografiar de noche, forzando la película, comenzaron a aparecer el ruido y figuras deformes casi espectrales. Ahí se abrió un campo simbólico: el cerebro, al no poder completar lo que no ve, proyecta imágenes fantasmales. Las sombras, los claroscuros, activan zonas del inconsciente. Me interesan esas imágenes turbias, ambiguas, que escapan a la lectura literal y abren una dimensión metafórica”. 

No todos los escenarios de Wacho están en la villa, pero igual hablan de lo mismo, esto porque pertenecen al mismo paisaje precario. Algunos, como el Camino Negro, parecen existir en un plano distinto, donde la historia y el presente se superponen. Diego lo recorrió con cámara en mano y una sensación extraña a cuestas: ese tramo desolado guarda ecos de la dictadura y de la exclusión actual. Ahí también habitan los márgenes, los vínculos improbables y las memorias que insisten en no desaparecer.

“Al fotografiar de noche, forzando la película, comenzaron a aparecer el ruido y figuras deformes casi espectrales”

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“Las fotos ya no responden solo al lugar, sino a una experiencia: crecer en un país donde la periferia también guarda fantasmas”

“El Camino Negro es un tramo recto, sin alumbrado y devastado que une Villa Elisa con el Río de la Plata. Flanqueado por campo y silencio, es un lugar donde se siente una presencia, algo que observa. Este lugar, la dictadura fue usado como sitio de ejecución y descarte de cuerpos; hoy, la gente deja basura y autos robados. Allí, una tarde, encontré un auto incendiado y a unos chicos que venían de pescar. Esa escena marcó el inicio de una relación que aún continúa. Aunque está lejos de Villa 20, el Camino Negro forma parte de Wacho porque representa lo mismo: adolescencias en los márgenes, territorios con historia densa y olvidada. Las fotos ya no responden solo al lugar, sino a una experiencia: crecer en un país donde la periferia también guarda fantasmas”.

Wacho no registra una época. Al volver a Villa 20, Diego encontró emoción y pérdida. En un país golpeado por la exclusión, mirar al otro y recordarlo con dignidad también es un acto de resistencia.

“Volver con Wacho a Villa 20 fue profundamente emotivo. Muchos de los retratados ya no están; el libro se volvió un memorial íntimo. El barrio también cambió: sectores demolidos, espacios transformados. Las imágenes funcionan como puentes hacia un tiempo perdido. En un presente marcado por recortes, desempleo y exclusión bajo el gobierno de extrema derecha de Milei, lo comunitario y afectivo resiste. Mientras la ficción de las redes aliena, en la villa aún se comparte, se cuida, y se recuerda desde lo más humano”.

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“Volver con Wacho 55 a Villa 20 fue profundamente emotivo. Muchos de los retratados ya no están; el libro se volvió un memorial íntimo”

Wacho sigue circulando: ya lleva varias tiradas agotadas y nuevas copias en camino. Diego hoy está enfocado en compartir el proyecto, abrirlo al diálogo, y empezar a documentar nuevos territorios en formación. Le interesa capturar ese momento inicial donde la comunidad nace desde la escasez y la solidaridad.

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