Un Pistilo demuestra la posibilidad de poner en interacción distintos tipos de materia botánica con objetos inanimados. Entre una marraqueta, un zapallo o una roca aparecen flores silvestres de la estación, que se entretejen con los helechos y las enredaderas recolectadas por el barrio para crear una especie de cuadro vegetal o bodegón.
Tomás Carrión (Santiago, Chile, 1989) y Gabriel Campusano (Santiago, Chile, 1992) siempre sintieron una fuerte pasión por la decoración, por darle un toque especial a los lugares que habitaban en su cotidianidad. Así, el proyecto comenzó a surgir de manera espontánea: solían preparar arreglos florales para el desayuno o para decorar ciertos rincones de la casa. De a poco, cada uno fue imprimiendo su sello en este arte. Tomás, por su parte, había recibido formación en diseño y también había trabajado durante un par de años en una florería de la ciudad. Gabriel, en cambio, provenía del mundo audiovisual y se sentía fascinado por los ramos que Tomás creaba con elementos atípicos. Esa atracción lo llevó a fotografiar sus arreglos con una dirección de arte particular: mezclaba lo lúgubre de ciertas escenas con flores coloridas, colgaba telas de distintos tonos y juntos creaban pequeños paisajes dentro casa.
Gabriel: “Venía pensando mientras caminaba para acá y me di cuenta de que, de chico, siempre me gustó esta cuestión de decorar lugares. Si un espacio era un poco feo o algo así, trataba de encontrar la manera de hacerlo lindo. Siento que esas ganas de decorar siempre han estado en mí, y las flores son una herramienta gigante para eso”.
Tomás: “Era mi intuición, y también el hecho de que crecí en un jardín lleno de plantas, flores y árboles frutales en la casa de mi abuela. Creo que esas dos cosas se juntaron: por un lado, una habilidad natural, y por otro, el encanto que sentí por el mundo botánico de mi casa, que era muy bonito. Recuerdo a mi abuela, muy mayor, agachada, cuidando la tierra o sacando sus papas y flores. Creo que de ahí viene mi inspiración máxima”.
Así, en un momento en que ambos estaban cesantes, comenzaron a nutrir sus talentos mutuamente: Tomás con las flores y las tijeras, y Gabriel desde la cámara. Compartieron sus procesos en redes sociales y, a medida que se sumaban clientes cercanos, el proyecto fue creciendo. Hoy trabajan con marcas, pero también en festividades y conmemoraciones, como velorios y casamientos –sus favoritos por las posibilidades creativas y la sensación de agradecimiento que generan–, además de intervenciones especiales como la decoración del lanzamiento de la JOIA 64.
Tomás: “Creo que lo que más nos gusta son los ramos de novia, porque es un trabajo muy personalizado. Podemos decorar la iglesia con libertad creativa, proponiendo ideas que las novias suelen aceptar. Cada ramo tiene su estilo, unos más jugados, otros más clásicos, pero siempre es divertido porque podemos hacer nuestras propias propuestas. Además, hay algo muy emocional en este proceso: uno se conecta con las novias, y ellas valoran y recuerdan nuestro trabajo como algo importante en un momento tan especial.”
Este oficio requiere un gran grado de sensibilidad y contemplación hacia los seres que nos acompañan a diario; se trata precisamente de prestar atención a sus formas, colores y de atreverse a combinar aquello que a primera vista podría no calzar. Los artistas cuentan que suelen inspirarse, sobre todo, en las frutas y verduras que compran para la casa, aquellas que descansan en un canasto en la cocina o en el refrigerador, así como en plantas y lugares que encuentran en sus recorridos diarios por Franklin, lugar donde está ubicado su taller hoy.
Gabriel: “Nos juntábamos y, en el camino, yendo a comprar, veíamos una casa, un árbol o cualquier cosa en un negocio: una verdura, una fruta, y de ahí sacábamos inspiración. Luego llegábamos al taller y allí, rodeados de cosas que nos inspiraban, nos poníamos a componer. Así surgía una foto bonita, la publicábamos y aparecía un cliente interesado. Con el tiempo nos dimos cuenta de que eso funcionaba”.
La elaboración de un arreglo floral, en este caso, implica componer con lo que se tiene a mano y jugar tanto con los elementos que se usarán como con el propio soporte. Los artistas cuentan que no es necesario un florero o un jarro: la creatividad puede aplicarse a cada pieza, desde la materia vegetal hasta el lugar donde se ubicará. Suelen emplear como base fideos de arroz, troncos secos, estructuras de gres, calabazas y piedras de distintas tonalidades.
Tomás: “Hace dos o tres años hicimos una de mis composiciones favoritas: una marraqueta, una calabaza, un plátano y una roca. Tres elementos muy simples que, juntos, crearon una obra preciosa. Nació de manera espontánea, sin referencias ni inspiración previa, como un desayuno transformado en composición”.
“Una marraqueta, una calabaza, un plátano y una roca. Tres elementos muy simples que, juntos, crearon una obra preciosa”
Gabriel: “También está la idea de decorar, como cuando uno era chico: no solo colocar flores sobre un vidrio o una cerámica, sino usar materiales que están a mano y generar una atmósfera. Es experimentar con soportes que no son tan definidos o enmarcados, esparcirlos sobre una mesa o en un lugar cualquiera, y que eso cree algo especial”.
“Usar materiales que están a mano y generar una atmósfera. Es experimentar con soportes que no son tan definidos o enmarcados, esparcirlos sobre una mesa o en un lugar cualquiera, y que eso cree algo especial”
Estos descubrimientos en sus creaciones son una de las principales enseñanzas en sus talleres de Ikebana (arte del arreglo floral japonés), pero con un toque propio: la idea es entusiasmar la exploración y demostrar que se puede crear un arreglo floral usando flores vecinas o incluso las verduras del refrigerador. Así, se ha formado una comunidad en torno a Un Pistilo que Gabriel y Tomás valoran mucho; floristas, creativos y otros artistas han comenzado a integrarse a su círculo creativo en forma de amistad.
Tomás: “Yo siento que Un Pistilo nos abrió un mundo para conocer a varios artistas que ahora son nuestros amigos. Empezamos a conocerlos porque también hacían pintura, escultura, otros estaban interesados en botánica, diseño… Nos abrió un espacio donde se formó un círculo de amigos artistas, un grupo con el que empezamos a colaborar, conversar sobre cosas bonitas, y eso también es súper inspirador”.
Un asunto peculiar en Chile y Latinoamérica son los estigmas que existen detrás de las flores; cada una tiene su personalidad y su ocasión especial. Por ejemplo, los gladiolos se asocian con la muerte y los funerales, las rosas con la vejez, los claveles con lo popular y el tulipán se reserva para ocasiones elegantes. Sin embargo, Un Pistilo busca romper con esos estereotipos y utilizar las flores fuera de las reglas tradicionales. Así, mientras crean nuevos códigos botánicos, desarman otros.
«La idea es tratar de jugar con todas un poco, no tachar ninguna flor«, comentan.
«Por lo general, las cosas silvestres que agregamos a los arreglos son las que los levantan; es en esa cuestión de la variedad donde se refleja la importancia de incluir cosas nuevas».
Finalmente, mirando hacia el futuro, Tomás y Gabriel nos cuentan su sueño de poder cultivar sus propias flores, quizá en un campo cerca de Santiago, por ejemplo en San Felipe, hacia la cordillera o camino al sur.
Tomás: “En Santiago siento que están pasando muchas cosas donde el arte y el diseño están presentes, y donde hay espacio para nosotros. Por eso me gusta trabajar aquí, pero también me gustaría tener un lugar más cerca, del sur por ejemplo, donde podamos cultivar nuestras propias flores, salir un poco de este caos, descansar, trabajar la tierra y mezclar esas dos cosas”.
Conoce más de su trabajo en @unpistilo



