La artista y modeladora en 3D Josefina Ayala (Santiago, 1995), nació en Chile, pero se instaló en la ciudad de Salta, en el norte de Argentina, con solo un año de vida. Una estadía que se suponía corta, pero que terminó abarcando toda su etapa formativa. “Salta es una ciudad encantadora y pintoresca, ofrece una amplia variedad de paisajes, desde salares hasta bosques y cerros de colores. Fue un entorno ideal para mi crecimiento, pero a medida que me acercaba a la adolescencia, sentía que se volvía demasiado pequeño para mí.”
Sin atreverse a demarcar una línea que indique dónde está el aporte trasandino y dónde el chileno, reconoce en su identidad artística esa multiculturalidad que se presentó a la vez como una fusión y un reto: “El cambio más significativo en mi vida ocurrió cuando nos mudamos a Santiago. Adaptarme a esta nueva ciudad fue un desafío, ya que siempre adoré la cultura argentina […]. Valoro enormemente haber vivido en Argentina y ahora en Chile, ya que esta experiencia me ha proporcionado una fusión cultural valiosa que ha enriquecido mi perspectiva y crecimiento personal.”
En su serie “Tecnofilia”, da forma a un impulso de mixtura que parece venir de su biografía. Las imágenes, que deambulan sin pudor entre el ciberpunk, lo ácido y lo retro, si entramos en el imaginario de la película de Spielberg «Inteligencia Artificial», entre los Mecas (los robots) y los Orgas (los humanos), conversando directamente con la intimidad de una vida que se aleja del contacto cuerpo a cuerpo y reubica la intimidad dentro del mundo de internet.
Así, muestra seres orgánicos y mecánicos que se observan y desean ser observadas, que toman selfies como un sostén de la propia identidad y estado emocional: ideas que se repiten, como stories eternas en Instagram.
“Trato de plasmar esta unión profunda entre nosotros y nuestros dispositivos, como si las redes sociales estuvieran destinadas a convertirse en una parte esencial de nuestras vidas más íntimas”
“Durmiendo con el celular, soñando con un abrazo”, se lee bajo una imagen donde es un artefacto inteligente y antropoformo el que abriga tiernamente un par de piernas aparentemente humanas. Josefina nos habla de la máquina como algo que ha penetrado en nuestros afectos antes de que pudiéramos siquiera imaginarlo. “Lo que me resulta interesante en la idea de mezclar cyborgs y humanos en situaciones eróticas, es la representación cruda de cómo la tecnología se ha vuelto inseparable de nuestra intimidad. Trato de plasmar esta unión profunda entre nosotros y nuestros dispositivos, como si las redes sociales estuvieran destinadas a convertirse en una parte esencial de nuestras vidas más íntimas”.
Sus palabras y sus imágenes son un conducto inequívoco al autoanálisis: ¿Cuántas noches pasamos aferradxs a un aparato como si fuese un ser amado? “Creo que en la actualidad, la vida online está mucho más presente en comparación con la vida offline. Es sorprendente cómo podemos llevar a cabo prácticamente toda nuestra existencia a través de internet, sin siquiera salir de nuestras casas. Esta tendencia se ha acentuado notablemente durante la pandemia, cuando muchas de nuestras actividades cotidianas se trasladaron al ámbito digital”.
Además de su obra en imágenes, Josefina explora una estética cada vez más potente dentro de la escena de la música, nacional e internacional. Imaginarios como el de “Oro” (Rubio, 2020) se sumergen en una especie psicodelia del nuevo milenio, una revestidura ácida y tecno de lo que fueran figuras como Roland Topor o Moebius, donde se quiebra la compostura del cuerpo en pos de una búsqueda un poco más autodestructiva.
Esta deformación de la figura es el resultado de expresiones emocionales en un lenguaje de formas que solíamos reconocer. “Muchos de mis videoclips son procesos solitarios, donde animo, modelo y edito por mi propia cuenta. La música genera una libertad creativa única al crear animaciones, permitiéndome explorar la sinestesia y fusionar emociones con imágenes en movimiento. Esta combinación poderosa me motiva a seguir experimentando y evolucionando en cada proyecto.”
“La música genera una libertad creativa única al crear animaciones, permitiéndome explorar la sinestesia y fusionar emociones con imágenes en movimiento”
Sus trabajos más recientes muestran una mayor oscuridad respecto de “Tecnofilia”. Son imágenes crípticas de personas y máquinas que revelan conflicto; texturas y referencias que explotan una nostalgia pop y conversan con lo urbano. Pero también se hace cargo de inputs que son imposibles de evadir en este tipo de arte, como la moda y la inteligencia artificial.
Existen referencias a artistas como Omar Karim o Marika D’Auteuil, que exploran lo fashion y lo iconic, no solo desde el oficio de crear, sino también desde la lectura que una IA pueda hacer de un arte tan joven como, por ejemplo, el makeup. Frente a esto, Ayala abraza las posibilidades: “La inteligencia artificial no es más que una herramienta adicional para la creación. Dentro de este enfoque, creo que surgirán nuevos lenguajes y considero que explorar esta posibilidad resulta fascinante, cada creador puede encontrar su autenticidad en este proceso.”
Así, en una serie de imágenes más recientes, vemos figuras humanoides cargadas de azul y negro, que se encaminan a una apertura total de los recursos: Inteligencia artificial, cultura pop, moda, punk y monólogo interno, sin miedo a fluir con las poderosas corrientes de lo digital. “No tengo un objetivo claro definido en mi carrera artística. Me siento motivada a seguir explorando y buscando mi identidad como artista. Reconozco la importancia de establecer una disciplina de trabajo más sólida, confiando en que, de esta forma, el camino hacia mi realización profesional se irá trazando naturalmente.”
Puedes seguir a Josefina Ayala en @blahblahblasfemia o en @blasfemia.studio.