Hace pocos meses, la directora del Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP), Carolina Girón, denunciaba que en la cárcel El Rodeo II en el estado Miranda, los privados de libertad no tenían acceso a agua, comida y medicinas. Es difícil que, en condiciones tan desfavorables como esas, las personas que deben habitar esas instalaciones por un largo período de tiempo, salgan con la capacidad de reintegrarse en la sociedad en buenas condiciones.
En la investigación visual y etnográfica “Rodeo II”, el venezolano Ronald Pizzoferrato junto a Daos243, revelan una de las maneras que tienen los privados de libertad de esa cárcel (pero también de otras) de ganarse la vida y sobrevivir durante su condena, e incluso después de ésta: el tatuaje.
Así es como conocemos a Miguel Angel Vega Perdomo, o “Empe”, un chico que entró con 22 años en la cárcel y del que Ronald ya había oído hablar por su relación con el mundo del graffiti. Ahora ya lleva más de 4 años cumpliendo condena y gracias a su talento y al apoyo audiovisual de este proyecto, la Caja de Trabajo del Ministerio Penitenciario de Venezuela le permite desarrollarse como tatuador dentro del centro penitenciario incluso para gente de afuera que viene a visitar a sus familiares. “En la cuarentena no había visitas, pasábamos mucha hambre, el hambre me puso a tatuar, me hizo entender que como ya no había pared, había la piel”, cuenta en el video Empe sobre sus inicios con la tinta.
“En la cuarentena no había visitas, pasábamos mucha hambre, el hambre me puso a tatuar, me hizo entender que como ya no había pared, había la piel”
Con una cuchara, una aguja, un cable y un puerto USB, y, en el caso de Empe, sin experiencia previa más allá del graffiti y los muros, construyen sus máquinas para plasmar sus sentimientos en la piel. “A veces lo hacemos por la sensación o el motivo del día: mi mujer me dejó, el abogado no quiere ir pa’ los tribunales, me condenaron a tantos años… hay que buscar una forma sana de drenar todo el odio y el resentimiento del que nos llenamos aquí adentro”, comenta Empe.
Y es a través de su historia (como paradigma de la historia de otros) que se va hilando el relato del proyecto. “Trato de transmitir un mensaje decolonialista, deconstruído, que rompa el estigma que se tiene de las personas privadas de libertad en Venezuela y en Latinoamérica, en donde la gente piensa que, si estás encerrado, es porque te lo mereces”, comenta Ronald sobre el trasfondo de Rodeo II. “En muchos casos, los presos nos pueden hasta dar ejemplo de talento en las artes visuales y gráficas, mi equipo y yo solo somos un medio, una plataforma para mostrarlo. Fueron los presos que me dijeron que querían llevar a cabo este proyecto. Hicimos este video hace casi más de un año y, a través de él, las directivas de la cárcel entendieron que dejar tatuar a los privados de libertad, era positivo para ellos mismos. Con mi equipo les hicimos ver que tenían todas las capacidades, que tenían un plan de negocio, que solo necesitaban una oportunidad. Esto me hizo entender la importancia de mi trabajo no para venderlo a un medio o generar una noticia, sino para generar este tipo de impacto positivo para los privados de libertad, tener beneficios, poder tatuar, tener ingresos alternativos”.
“Trato de transmitir un mensaje decolonialista, deconstruído, que rompa el estigma que se tiene de las personas privadas de libertad en Venezuela y en Latinoamérica”
Así, este proyecto se define como un trabajo colaborativo y participativo hecho por y para las personas que están en las cárceles, para que sigan confiando en ellos mismos y para que, desde fuera, se conozca esa realidad. Para lograrlo, ganarse la confianza de quienes están dentro y llevar a cabo un trabajo serio y riguroso, con entrevistas y varias visitas presenciales, es fundamental. “No quiero hacer un proyecto de investigación como si nosotros fuéramos expertos en fotografía y los presos y sus familias no puedan acceder a ello o no lo entiendan. Hay mucha gente que hace trabajos sobre entornos marginales pero está pensado para un público no marginado, para intelectuales”, afirma Ronald.
La reflexión final del proyecto gira entorno al tatuaje que, a diferencia de los graffitis que Empe solía pintar en los muros, es una marca indeleble en la piel que te recuerda aquello que sentiste, el dolor que sufriste o la persona que quisiste. “El día de mañana, que yo vuelva a tener mi libertad, que vuelva a contar con mis derechos sociales, voy a tener mi tienda y voy a tatuar”, comenta. Y Ronald nos recuerda que “estas personas están encerradas porque cometieron un error, pero a nadie se le puede negar una segunda oportunidad; en muchos centros penitenciarios de Venezuela y Latinoamérica hay personas como Empe, con talentos, con una inquiteud o un mensaje que quieren expresar, hay que darles la oportunidad de hacerlo”.