La información comenzó a circular a través de los medios de comunicación alternativos en 2014 poniendo en evidencia los efectos nocivos para la salud de la contaminación por agrotóxicos en el campo argentino. El fotógrafo Pablo Piovano (Buenos Aires, 1980), estaba muy atento a la información que, lentamente, se diseminaba, hasta que un día, harto del incómodo silencio de los medios tradicionales, se pidió unos días libres en Página12 (donde trabajaba como reportero gráfico), para recorrer más de quince mil kilómetros por las zonas afectadas por las fumigaciones tóxicas. Allí conoció la realidad de las personas que eran envenenadas por la exposición a estos productos y dio forma a un extenso ensayo fotográfico: “El costo humano de los agrotóxicos”.
“En ese tiempo, toda la información que podías encontrar sobre los agrotóxicos en Google provenía de medios alternativos. Estuve un año recopilando toda la información que me sirviera para el tema, incluso entrevisté a una periodista que ya había estado en terreno y, al terminar, me dije: salgo ahora mismo. Pedí vacaciones, agarré la cámara, subí al auto y me fui por mi cuenta”.
“Algunas de estas zonas están a solo 75 kilómetros de Buenos Aires, con casos oncológicos graves”
El territorio donde ocurre el fenómeno de la contaminación por agrotóxicos se expande por gran parte del territorio argentino, algunas zonas apenas afuera del primer anillo urbano y otras más distantes. El autor aclara que es un fenómeno nacional. “Cuando hablamos de la extensión del fenómeno, hablamos del 60% de la tierra cultivable del país, algo así como 28 mil hectáreas o quizás más. Algunas de estas zonas están a solo 75 kilómetros de Buenos Aires, con casos oncológicos graves. También se ve afectada la pampa, el norte y el litoral. Todo territorio sembrado con transgénicos es un territorio en peligro”.
Como en muchas partes del continente, el campo se ha tecnologizado. Donde antes se necesitaban varias decenas de trabajadores para sembrar y cultivar la tierra, hoy solo un par opera las máquinas que hacen todo el trabajo. “El campo argentino fue cambiando y mutando debido al nuevo modelo tecnológico que se fue implementando. Mi abuelo era de campo y vivió una realidad muy diferente. Hoy, toda la agricultura se ha industrializado y está sostenida a base de venenos, el trabajador ha dejado de existir. El campo se ha convertido en un espacio de experimentación tecnológica”.
“El campo se ha convertido en un espacio de experimentación tecnológica”
En 1996 se firmó una ley de cultivo transgénico a espaldas del pueblo que cambió la matriz productiva del país y afectó de forma negativa a la mayoría de los pueblos y comunidades que se dedican a la agricultura. “Esta ley le entregó mucho poder a empresas como Monsanto, Singenta y Dupont, y contribuyó a deteriorar el tejido social con los nuevos modelos tecnológicos que se implementaron. También pasa que cada pueblo genera espacios de resistencia, como la ‘Red de Pueblos Fumigados’ que ayudan a organizarse en contra de las empresas, y eso, al mismo tiempo, debilita el tejido social porque enfrenta a personas que se conocen de toda la vida por ser uno agricultor y el otro fumigador, es complejo”.
Hay una relación directa entre territorios fumigados y personas enfermas producto de los agrotóxicos; las fotografías de Piovano hablan por sí solas. Uno de los casos icónicos es el de Fabián Tomasi, quien, en el pasado, estuvo expuesto a los químicos debido a su trabajo como cargador de aviones fumigadores. El autor lo considera una muestra viva de como un cuerpo sufre las terribles consecuencias de la exposición a los químicos.
“La primera puerta que toqué en el primer viaje fue en la casa de Fabián. Su cuerpo recordaba a los campos de concentración nazi, estaba muy lacerado y él no tenía problemas en desnudarse y mostrarle al mundo el impacto de los agrotóxicos en su cuerpo. Tenía politraumatismo neurotóxico severo y todo en él era dolor. Casi no podía moverse, pero aún le quedaban las manos y los dedos para escribir sus pensamientos en redes sociales. Me abrió las puertas de su casa y nos hicimos amigos, construimos una relación profunda. A medida que su cuerpo decaía, su conciencia crecía, sabía que no tenía nada que perder porque iba a morir igual. Fabián levantó al pueblo, se convirtió en el icono de ese despertar. Falleció a las 10 de la mañana justo el día de mi cumpleaños y en el mismo momento que yo mostraba el trabajo en Paraguay, así honró nuestra amistad. Saqué el primer pasaje de vuelta para despedirme porque quería verlo en paz”.
“A medida que su cuerpo decaía, su conciencia crecía, sabía que no tenía nada que perder porque iba a morir igual. Fabián levantó al pueblo, se convirtió en el icono de ese despertar”
Actualmente Pablo Piovano continúa trabajando en esta serie de fotos y está en conversaciones con una ONG extranjera para registrar la otra cara de este fenómeno en relación a la agroecología familiar.