Estamos en los inicios de los locos 2000, en Casablanca, una pequeña localidad más conocida por sus viñedos que por el skate, el punk o la fotografía, disciplinas que Bastián Donoso (Valparaíso, 1992) abraza desde hace bastantes años. Sus viejos le regalaron una cámara Canon point and shoot automática cuando era niño y desde entonces no paró de disparar. Al principio sacaba fotos en el colegio, pero pronto entendió que esa cámara era su pasaje a otro mundo, un mundo crudo y secreto que él quería documentar. Su formación fue autodidacta, viendo tutoriales en la web y aprendiendo a puro error, en ese camino do it yourself que marcaba su generación de inicios de siglo.
En redes es conocido como Ojos Ácidos, una chapa que calza perfecto con su mirada lisérgica y derretida de Valpo: el plan, los cerros, las quebradas y encrucijadas donde ejecuta sus trucos, donde derrapa, pero para mí también es donde hace poemas, con su cuerpo y su tabla. Dice que siempre le gustó lo bruto, que el skate y el punk tienen esa dosis que busca, es decir, sangre y golpes, pero también pararse, sin miedo, y seguir.
“El punk y el skate son así, bien estrictos, bien oscuros”
Cuando habla de su formación y de la escena que lo forjó, Bastián no separa el punk del skate. Para él, ambas cosas son la misma escuela de vida. Mientras recuerda esos años de infancia y adolescencia en Casablanca, la crudeza de sus palabras y mirada se traspasa a sus fotografías. Me cuenta, casi como si hablara de un credo personal: “Siempre me gustó lo bruto. El punk y el skate son así, bien estrictos, bien oscuros. Esa combinación era dura, pero me encantaba. Cuando era chico, veía a los punks y me impactaba su imagen, su presencia. El skate también es sucio, y siento que con el tiempo esa escena más densa se ha ido perdiendo un poco. Antes, después de una sesión, te caías, te dolía, pero igual te tirabas de nuevo. Aprendías a ser aperrado, a lanzarte nomás sin miedo. Eso es lo que más me dejó el skate en esa época: ser aperrado, generar tu propio estilo y enfrentar el miedo.”
“El que aprendió a patinar en Valpo puede andar en cualquier parte”
Le pregunto por el skate en Valparaíso y su respuesta es áspera, honesta. Habla de calles quebradas, cerros interminables y cabros que no buscan gloria, solo lanzarse sin miedo. Para Bastián, patinar ahí es más que un deporte: es carácter, calle, resistencia y aprendizaje puro sobre asfalto. “En Valparaíso la escena under del skate es brígida. Con los cabros somos como anti-riders, no vamos a lugares perfectos, buscamos spots en la calle y en los cerros, con pisos malos, grietas y piedras”.
“El que aprendió a patinar en Valpo puede andar en cualquier parte. Aquí estás obligado a saber derrapar porque las bajadas son brutales, como la ruta desde Puertas Negras hasta cerro Cordillera. Cuando terminas la bajada, celebras con los cabros cagados de la risa, como si hubieras ganado algo importante. Esa es la escena que me gusta registrar: lo crudo, lo real, la calle que te forma carácter”.
“Esa es la mirada que me gusta dejar: un Valparaíso derretido, lleno de grietas, cerros, popular, pero también con dignidad”
Profundizamos sobre su mirada de Valparaíso y Bastián responde sin dudar, con esa mezcla de honestidad y poesía callejera que cruza su voz y sus fotos:
“Mis fotos de Valparaíso muestran un lado más intenso. El skate ya es bruto, pero cuando ves un spot mega bonito y haces un truco ahí, se genera un contraste que te deja loco. Es como un Valparaíso derretido, lisérgico. A veces, después de patinar, te sentai a descansar, con el cuerpo agotado, y mirai la ciudad con esa mirada nublada, un poco desenfocada, medio derretida. Para mí, la adrenalina es constante, es como una ansiedad que te estalla. Esa neblina que aparece en las fotos es la misma sensación que tenís cuando estás patinando y te lanzai igual, aunque tengas miedo. Esa es la mirada que me gusta dejar: un Valparaíso derretido, lleno de grietas, cerros, popular, pero también con dignidad. No me interesa retratar lo bonito, sino la realidad dura, lo que está ahí y que muchos no quieren ver.”
“Me gustan los rollos caducados y los procesos mal hechos. No busco ser pulcro”
Cuando le pregunto por su obsesión con la fotografía análoga, Bastián habla de errores y revelados como si fueran heridas abiertas. Me cuenta de rollos caducados comprados en ferias que le han salido completamente rojos, como si cada imagen estuviera teñida en sangre, cargada de historias ajenas y propias. Para él, ahí está la verdadera magia: “Prefiero la fotografía análoga porque para mí tiene más sentimiento. Es más privada, más real. Con lo digital podís ver la foto al tiro, pero con el análogo no sabís si te salió o no, y eso me encanta. A veces estoy en la locura, saco una foto y después ni me acuerdo, y cuando la revelo y la veo, quedo loco, feliz, siento que no fallo, que el ojo está ahí, vivido. Siempre agradezco los errores del análogo; me gustan los rollos caducados y los procesos mal hechos. No busco ser pulcro. He comprado rollos en ferias que salen completamente rojos, rollos que ya traen otras historias” .
Cuando le pregunto por su escuela de skate, su voz cambia. Habla con otra energía, como si al recordar a los niños que enseña, su mirada se suavizara. Para Bastián, enseñar skate no es solo trucos o técnica; es crear familia, refugio y valores que duren toda la vida:
“Enseñar skate ha sido algo totalmente distinto para mí. La escuela se llama CBA y la inicié con Gabriel, un compa. Al principio teníamos una rampa, pero con la pandemia nos echaron de la sede, la rompieron y la escena se cayó un poco, aunque seguimos adelante porque formamos una familia en el pueblo. Vengo de una escena cruda, pero acá trabajo con niños chicos, cabros de cinco años que se paran en la tabla como si nada. Es bacán verlos aprender y que entiendan que patinar te conecta con otros. No se trata solo de trucos, sino de valores: compañerismo, lealtad y no competir. El skate me dio amigos de toda la vida, y quiero que ellos también tengan eso”.
Bastián sigue bajando y derrapando por las cuestas más locas de Valparaíso, patinando todos los días mientras dispara su cámara sin miedo. Captura el Valpo de las quebradas, los cerros, los barrios y su gente común, esa que pocos miran. Organiza la escuela de skate en Valpo y Casablanca, enseñándole a los cabros más chicos los trucos y también los valores que le dio la tabla. “Siempre estoy disparándole a la ciudad, a cualquier criatura que se me atraviese. Esa es mi forma de estar vivo: patinar, fotografiar y compartir lo que veo con los demás, sin filtro y sin miedo”.
Conoce más de su trabajo en @ojos.acidos