Julia Soboleva nació en Jelgava, una ciudad en el centro de Letonia, en 1990, unos meses después de la caída de la Unión Soviética. A su familia, formada por inmigrantes rusos, bielorusos y polacos, les dieron pasaportes extranjeros y les abandonaron a su suerte, teniéndose que adaptar a la incertidumbre de la situación bajo un nuevo gobierno. Un sistema que había durado setenta años, se derrumbó y dejó a tres generaciones en el limbo.
«Yo crecí en ese contexto, inmersa en una minoría, entre dos idiomas y dos culturas, luchando por encontrar el lugar al que pertenecía. Me crió mi abuela, y mis dos padres formaron otras familias, lo cual también hizo plantearme la idea del hogar y el apego desde muy pequeña», cuenta Julia acerca de sus recuerdos de infancia.
En este contexto de supervivencia post-soviética, el cuidado de la salud mental de los habitantes desconcertados, deprimidos y ansiosos por las circunstancias, brillaba por su ausencia. Según nos cuenta Julia, «no eran cosas ‘reales’ y se veían más como defectos de carácter, por lo que para mí era una doble lucha: lidiar con los efectos de los problemas mentales y, a la vez, tratar de ocultarlos».
Es de la necesidad de canalizar toda esta «constelación» de experiencias complejas y confusas de juventud y de darles sentido, de donde nace la necesidad de Julia de crear sus obras, las cuales parten siempre de una fotografía real a la que se superponen capas de pintura (y de emociones) en un proceso creativo intuitivo.
«A veces mi trabajo me ayuda a procesar algunas experiencias complejas de mi vida, pero solo distanciarme con el tiempo lo hace obvio, nunca es intencional. Me gusta pensar en el papel del artista en el proceso creativo como un USB humano cuyo trabajo es conectarse a la gran fuente de energía creativa y traducirlo al lenguaje humano a través de su trabajo».
"Me gusta pensar en el papel del artista en el proceso creativo como un USB humano cuyo trabajo es conectarse a la gran fuente de energía creativa y traducirlo al lenguaje humano a través de su trabajo"
A pesar de que este uso de las fotografías como punto de partida surgió más por la falta de tiempo y energía debido a una reciente maternidad, que por una decisión consciente, terminó siendo una elección con mucho sentido. Julia lo explica así:
«Al profundizar en el proceso, comencé a descubrir algunos conceptos e ideas muy interesantes. En su famoso libro de 1980, ‘Camera Lucida’, Roland Barthes considera la fotografía como ‘asimbólica, irreductible a los códigos del lenguaje y la cultura’. Me pasa lo mismo cuando busco fotos para mis collages o pinturas: hay un objeto frente a mí (la fotografía) y hay un mini-mundo dentro de él (el contenido), la fotografía abre un portal mágico con muchas posibilidades diferentes. Así que esta idea de recubrir superficies con mundos que están ocultos en ellas es algo que realmente me encanta. Nunca analizo el resultado final de mi trabajo. Tener que explicarlo y decodificarlo le quita la magia».
"La fotografía abre un portal mágico con muchas posibilidades diferentes"
Esta afirmación tajante no nos impide pensar en sus pinturas-collage como imágenes soñadas durante noches de oscuras pesadillas, o en una desagradable parálisis del sueño. Solo es necesario un rápido vistazo a sus criaturas sin facciones, para que éstas se cuelen en tu subconsciente y reaparezcan mirándote fijamente en tus noches más lúcidas, a los pies de tu cama.
«Entiendo esta interpretación dada la naturaleza oscura y surrealista de mis obras, pero nunca quise hacer una referencia intencionada a mis pesadillas u otras experiencias asociadas con el sueño. No sé de dónde vienen las imágenes. Y quizás este estado de no saber (y no querer saber) es algo que me da la confianza de que no me quedaré sin energía creativa. Mi trabajo trata más acerca del sentimiento (o la atmósfera) alrededor de la obra de arte, de la manipulación de la narración, del proceso mágico de descubrirla, en lugar de tratar de encontrar una explicación».
"Nunca quise hacer una referencia intencionada a mis pesadillas u otras experiencias asociadas con el sueño. No sé de dónde vienen las imágenes"
La huida hacia adelante de Julia en la búsqueda del origen y el sentido de su trabajo es consciente, es decir, sabe que la rehuye, pero más bien porque no la considera necesaria. Ella misma desenmaraña la oscuridad aparente para encontrar el abanico de posibilidades, sin cerrar ninguna puerta, ni siquiera la del humor.
«He dedicado mucho tiempo a recopilar frases que servirían de puente entre mi trabajo y el mundo exterior. No es un mal ejercicio y me ayuda a ubicar su práctica dentro del contexto global. Pero cuando encuentro interpretaciones y significados ocultos, nunca siento que sean precisos. El significado real solo se ve sutilmente en una visión periférica, si miras directamente a la obra, desaparece. Siento que si hablara de los significados ocultos de mi trabajo estaría fingiendo. La sangre alrededor de la boca de los personajes (por ejemplo) podrían ser las palabras atrapadas que nunca se han dicho y se convirtieron en tumores, o simbolizar los efectos psicológicos perturbadores de la incapacidad de conectarse con el mundo exterior a través de la comunicación. También podría ser una representación de la culpa, la vergüenza, el trauma, la vulnerabilidad extrema, etc., o simplemente una broma que hago a través de estos personajes extraños que han comido demasiados Cheetos. Solo hay una verdad a medias en todas esas interpretaciones. De todas maneras, siento curiosidad por saber cómo otras personas interpretan mis piezas; a veces es incluso más interesante que mis propias lecturas».
Actualmente, Julia vive en Reino Unido y, aunque no ha parado de trabajar durante el confinamiento, reconoce que esta situación pandémica y el poder encontrar fuentes de información fiables, ha supuesto un reto para su salud mental.