El interés de Becky Moseman por la fotografía comenzó en el cuarto oscuro, mientras su madre –fotógrafa amateur–, revelaba rollos en un proceso que define como “mágico”, y siguió una vez terminada y consolidada su carrera como diseñadora gráfica. Estudió a muchos retratistas, huyó de las “fotos lindas” y decidió dirigir el objetivo de su cámara hacia su propia familia.
“A medida que mis hijos crecían y desarrollaban sus personalidades, quise capturar esos momentos y emociones sin caer en algo predecible”
“A medida que mis hijos crecían y desarrollaban sus personalidades, quise capturar esos momentos y emociones sin caer en algo predecible. Todo esto me llevó a documentarlos siendo niños aún ‘inocentes’, sin normas dictadas por roles de género. Me fascinó, y los fotografié muchas veces buscando siempre ese momento intermedio que hablara de sus almas. No me atraen los retratos lindos, predecibles o posados”.
En el proceso de encontrar su estilo y su mensaje, Becky prefirió utilizar su cámara como una herramienta para conectar con las personas a través de emociones auténticas, fueran cuales fueran, que surgieran en cada momento. La intención es que la persona que mira la imagen la recuerde, tenga una respuesta emocional por el relato visual que transmite.
“Soy muy empática con los demás y me gusta explorar el alma de las personas que fotografío, sin importar que el exterior pueda ser áspero. La vulnerabilidad de una persona es lo que me interesa, ese terreno común entre todos nosotros que nos hace humanos y reales. No me disuade ni me decepciona sentir cierta incomodidad de su lado, esas emociones en conflicto son una representación precisa de cómo se sienten en el momento y, por lo tanto, son genuinas, lo que hace que mi fotografía sea más interesante”.