Philip-Lorca diCorcia – Realidades Ficcionales – Archivo JOIA 38 (2015)
Considerado uno de los fotógrafos más influyentes de los últimos años y responsable de haber renovado la fotografía callejera poniendo en jaque algunos de los fundamentos teóricos y conceptuales de la fotografía, Philip-Lorca diCorcia ha desarrollado una estética inconfundible a lo largo de sus más de 35 años de carrera.
Si bien sus inicios en la fotografía estuvieron marcados por el retrato de familiares y amigos en espacios cerrados, parte importante de su obra ha crecido en estrecha relación con el espacio público y el retrato de sus sujetos: individuos desconocidos, completamente anónimos. Mientras la calle se transformaba en su estudio, diCorcia trasladaba allí todas las técnicas de escenificación e iluminación que hicieron de su obra un sello personal, aún desde sus primeros trabajos.



Lejano al fotoperiodismo tradicional, Philip-Lorca desafía la concepción de la fotografía como fragmento de realidad, construyendo sistemática y obsesivamente imágenes a partir de la composición y, en especial, del uso de un complejo sistema de iluminación. Así, a través del empleo de flashes estroboscópicos, este fotógrafo estadounidense completa su puesta en escena obteniendo como resultado imágenes que transitan en un espacio intermedio, entre realidad y ficción; entre lo espontáneo y lo estrictamente orquestado.
DiCorcia es un atento observador de su entorno: cada locación y elemento puesto en el encuadre ha sido elegido minuciosamente. Asimismo, identifica en los sujetos aquellos rasgos que puedan representar el arquetipo que busca imprimir en sus negativos; no necesita conocerlos o saber quiénes son para simplemente posicionarlos en el «set», o bien dejar que caigan en su trampa, colándose en el cuadro y quedando inmortalizados para siempre, aún sin saberlo.

«Imágenes que transitan en un espacio intermedio, entre realidad y ficción; entre lo espontáneo y lo estrictamente orquestado»



Con la conciencia e intencionalidad propia de un director, más que con la intuición de un fotodocumentalista en búsqueda del instante decisivo; diCorcia rara vez usa la cámara frente a su rostro o permanece en el lugar mismo de la toma. Su cámara queda montada en un trípode, mientras los flashes son instalados en los puntos establecidos. El fotógrafo se transforma en un sujeto invisible que, como intruso o voyeur, ofrece un tercer punto de vista de la escena, como la de un testigo no identificado. Al momento de la toma definitiva, diCorcia ha analizado y corregido encuadre, composición e iluminación a partir de numerosas polaroid que captura como parte de un ejercicio de prueba y error, hasta dar con la fórmula que le deja satisfecho: solo entonces, procede a accionar los controles de sus aparatos fotográficos.
El trabajo con diversas fuentes de luz –naturales y artificiales– confiere a sus imágenes un especial dramatismo. Vemos vidrios, ventanas, reflejos; pantallas de TV, luces de neón y anuncios publicitarios; así como también zonas de oscuridad y sombra. A través de un trabajo del claroscuro que podría recordar al mismo Caravaggio, Philip-Lorca diCorcia construye imágenes que han sido una y otra vez calificadas como cinematográficas. Y es que resulta innegable que frente a sus fotografías estamos llamados a construir una narrativa a partir de la psicología o interioridad de quienes ha decidido instalar al interior de sus escenografías. Pareciera que algo de la realidad más íntima de cada personaje se filtrara a través del lente, entre tanta construcción concienzuda: la dualidad que existe entre realidad y ficción no sólo queda plasmada en los formalismos de la imagen, sino también en aquello que simboliza.
El fotógrafo se transforma en un sujeto invisible que, como intruso o voyeur, ofrece un tercer punto de vista de la escena, como la de un testigo no identificado

Sugerentes, estas teatrales fotografías nos transportan a escenas de una película donde el individuo es siempre protagonista. Desconocemos la historia completa, mas pareciera guardar relación con aquellas incoherencias existentes entre la vida aparente y la realidad que subyace en cada individuo, más allá de esas proyecciones.
La salida al exterior o al espacio urbano, como lugar anónimo o no lugar –como lo denominaría el antropólogo francés Marc Augé– en tanto espacio de transición y encuentros furtivos: la calle, un cuarto de hotel, un estacionamiento; es el elemento que otorga a la obra de este autor los destellos de lo impredecible o espontáneo, propio de la realidad. DiCorcia retrata la calle con el enigma de aquellos melancólicos personajes que transitan la desolada ciudad de las horas muertas. Tal y como sucede en las pinturas de Edward Hopper, la presencia de personajes solitarios que pueblan lugares que no les pertenecen del todo, junto al uso de diversas fuentes de luz, generan imágenes de carices fuertemente existencialistas.


DiCorcia retrata la calle con el enigma de aquellos melancólicos personajes que transitan la desolada ciudad de las horas muertas
Maestro de estrategias típicas del mundo de la moda y la publicidad, este fotógrafo americano aplica su propio sistema al mundo que observa con especial curiosidad y sensibilidad. Como el más obsesivo de los directores, prueba y arregla, una y otra vez, toda la coreografía de formas y luces que ha proyectado. Sólo entonces, decide entregarse a la dinámica azarosa de la calle, recolectando tomas como suerte de serendipias, a pesar de los artificios de la aparatosa maqueta fotográfica que las soporta.
Philip-Lorca diCorcia ha expuesto en las principales ciudades europeas y americanas; su obra forma parte de las colecciones de museos como el Reina Sofía de Madrid, el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, el Centre Pompidou de París, entre muchos otros, y ha sido merecedor de importantes premios y reconocimientos internacionales. En cada una de sus series, vemos cómo este artista ha explorado diversos ámbitos de la fotografía, trazando un camino en el cual paulatinamente ha ido incorporando estrategias más reactivas, que incluyen a la vez cuotas de azar y elementos simbólicos que amplían las posibilidades interpretativas de sus tomas. Hustlers, Streetwork, Heads, A Storybook Life y East of Eden (recientemente en exhibición en la galería neoyorkina, David Zwirner) son algunas de sus series más afamadas.
