La paleta creativa de Marina Gris (Santiago, 1991) es amplia y no se autolimita. Bebe de un VHS de “The End of Evangelion” que su amiga Judith le regaló a inicios de los 2000 y de todo el imaginario animé, pero también de los estímulos multidisciplinares que su profesor de arte, Germán Araos, le transmitió en talleres extracurriculares durante la media. “Después de clases y los sábados en el colegio, hacía un taller a un pequeño grupo de personas en el que nos introdujo a la pintura, nos mostró murales y procesos fotográficos analógicos, así como diferentes tipos de grabado y lecturas y artistas que lo inspiraban en ese momento. Todos esos estímulos me llevaron a decidir escoger el arte como un camino”.
No es de extrañar, entonces, que Marina haya explorado –y todavía explore– todas las formas de expresión de su propia creatividad sin temor a no consolidarse en una, como un proceso obligado para convertirse en una artista integral. A pesar de afirmar que es una persona que disfruta de la tranquilidad externa porque ya tiene suficiente con la vorágine que sucede en su cabeza, admite que la parte buena de este ritmo de vida capitalista es que te moviliza.
“Me gusta poder concretar un proyecto y luego pasar a otro material o proceso sin problema. A veces vuelvo a materiales con los que ya he trabajado antes, o comienzo a experimentar con otros nuevos; es una suerte de ‘collage del hacer’”
“Por la inquietud y por la influencia del contexto en el que vivimos, he ido saltando de un material a otro: desde la pintura hasta la escultura, y de ahí a la instalación, un poco de electrónica, lo digital, el sonido, entre otras. Me gusta poder concretar un proyecto y luego pasar a otro material o proceso sin problema. A veces vuelvo a materiales con los que ya he trabajado antes, o comienzo a experimentar con otros nuevos; es una suerte de ‘collage del hacer’. Si bien puede reflejar una falta de compromiso, también es en pos a una búsqueda constante”.
Esta multiplicidad de obras que van “desde una instalación en la que te puedes mover, hasta objetos pequeños que se contemplan en la quietud”, le lleva a Marina a encontrar el hilo conductor de sus trabajos en lo conceptual. “La línea que los une es esta necesidad de equilibrar en pequeñas dosis la hostilidad que proviene de la ciudad, el ritmo de vida actual, los conflictos mundiales y personales. Me interesa que esta hostilidad también se haga presente de alguna forma, ya que es necesaria para querer buscar cierta tranquilidad”.
“La línea que une mis trabajos es esta necesidad de equilibrar en pequeñas dosis la hostilidad que proviene de la ciudad, el ritmo de vida actual, los conflictos mundiales y personales”
En la expresión de la discordia externa se suma la emoción puntual que Marina atraviese en cada momento (ansiedad, estrés, tristeza…) y el interés por una disciplina o material. Todo ello tiene “el efecto de restablecer un cierto orden interno personal para contrarrestar este movimiento y proporcionar un poco de tranquilidad al espíritu que se enfrenta a la vorágine”, nos comenta. Y para lograrlo, utiliza “atmósferas envolventes, paletas de colores reducidas y suaves, elementos simples, sonidos estirados inspirados en ideas presentes en la cultura y estética orientales, como el vacío, lo curvo o lo asimétrico. Esto es lo que unifica mi trabajo”.
Actualmente, Marina está muy centrada en explorar el fenómeno del sonido en sí, en crear algo similar a los paisajes sonoros. Puedes seguir su trabajo en @marina.gris