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Entrevista a Juan Cadena, el Rey del Cartel

En Diseño / Ilustración Entrevista por W Type Foundry hace 2 años

Visitamos a Juan Cadena en su horario de trabajo. Él hacía un cartel para una ferretería. Mientras conversábamos, él pintaba. Su teléfono, en un momento, no paraba de sonar. Lo llamaban por un encargo de Valdivia y también su hija por otra pega. Más tarde entró la vecina que le pedía un letrero para la iglesia, después un chófer de colectivo que quería un nuevo cartel. En ningún momento dejó de pintar. Su taller se encuentra en Santa Rosa 6613, en San Ramón. Es una pieza chica con los muros llenos de letreros de micros, restoranes, ferreterías, unas caricaturas de los Simpsons y de Looney Tunes… hay de todo. Se respira un olor fuerte a pintura y diluyente.

Juan Cadena partió con su oficio de letrista a los 14 años, hoy tiene 54. Cuándo hacía la cimarra visitaba a su maestro Montoni, a quien considera el más “capo” que existe, ahí aprendió mirando y trabajando, como se hacía antes.

Cuando su padre entró al rubro de las micros amarillas, Juan comenzó una carrera vertiginosa al mismo ritmo de esas micros salvajes. Cuenta que se estacionaban hasta 5 micros fuera de su taller, y ahí él tenía que hacer los picadores (carteles del recorrido), números de los costados, ornamentos interiores, caricaturas y hasta bautizaba a los choferes según sus características. El trabajo hecho por Juan es parte fundamental de la identidad de Santiago, está en la historia de las amadas micros amarillas y en nuestro inconsciente gráfico.

Vídeo y foto por Lavoe

Antes la relación de maestro-aprendiz era fundamental para tener un oficio. ¿Cómo aprendió a hacer letras?

Siempre me llamaron la atención las letras. Partí a los 14 años, me arrancaba del colegio y visitaba los talleres que me encontraba. De escolar, iba donde Montoni y le llevaba muestras. Él me corregía, me decía mañana esto tiene que estar así. Me hice amigo de los que trabajaban ahí y ví como trabajaban para sacarles las técnicas, eran como 30 pintores. Era difícil entrar en su taller, si te equivocabas te echaban, él decía “esta pega hay que hacerla de nuevo y aquí no sirve gente así”. Te tenías que ir superando, aprender a hacer colores, a hacer caricaturas al tiro, nada de hacer una plantilla. Había que ser caperuso para la pega. Con Montoni íbamos a Fantasilandia, hacíamos todo; los letreros de los baños, la salida, los nombres de los juegos, los monos que salían atrás del Tagada, todo a mano. Él hacía los dibujos y yo los detalles. Tenían que ser gigantes y buenos.

Yo de ahí me abrí para otros lados, descubrí que no era puro quedarse en un estilo. Hago de todo, uso la muñeca para todo estilo. La cosa es que no se te vaya la gente. Si usted va a imprimir digital, le hacen la pura tela. Yo le hago el marco, hago las soldaduras, la caja de luz,… todo. Ando metido en todas partes, cachay. También trabajo rápido, si digo que me demoro 10 días en algo, me cuelgo. Aquí es de un día para otro. De la mañana para la tarde. Vivimos en un mundo apurado.

Las micros amarillas eran cosa seria, dueñas de la calle. ¿Cómo llegó a trabajar en eso?

Mi padre empezó a correr micros, después toda la familia. Les hacía los letreros con el recorrido y los picadores, tenía que ser rápido. Llegaban en la mañana y se estacionaban a la vuelta hasta cinco micros. Como trabajaba rápido me decían “mañana le traigo dos micros más”. Yo partía en esto y tenía a mi guagua chica. Entonces tenía que patalear, salir arriba del agua. Ahí yo iba a todos los paraderos, a las ferias, recorría todo Franklin, a Peñalolén, a Lo Ovalle… No podía no tomar trabajos, eso me obligaba a ser más rápido y más escurrido para las ideas. No podía estar con un trabajo todo el día. Los micreros eran fieles. Ahora los mismos de las micros conducen taxis.

Inventé mis herramientas y técnicas, cambié las pinturas por unas que se secan más rápido. Antes usaba compresor. Los buses se estacionaban a la vuelta y yo tenía que ir con la máquina para allá. Un día entraron al taller y me robaron todas esas máquinas. Ahora hago los difuminados soplando un lápiz bic o una antena de radio, eso se lo vi a alguien una vez y lo transformé en mi herramienta así que ya no tengo necesidad de usar compresor.

¿Qué pasó después de la extinción de las micros amarillas?

Me llegan las micros rurales que son de los hijos de los que tenían micros amarillas. Hay partes donde les hacen adhesivos pero no les gusta porque conocen el estilo antiguo, con el plotter no se puede hacer eso. Los cabros de ahora son caperusos en el computador, pero no cachan. Les falta el toque micrero, por ejemplo en esta frase vo’ dale no más (N.del. T.: nos muestra un adhesivo en la muralla) sola no se entiende, le falta algo, como unas manos tirando billetes. Lo que pasa es que uno estaba metido en ese ambiente antes. Los choferes siempre me pedían frases o me pedían que les pusiera un nombre. Me decían “¿cómo tengo la cara?”, “¿a quién me parezco?”, “invénteme usted un nombre”.

Tiene nombre de pastor… ¿ahí usted los bautizaba?

Si po’, el Trucos son Trucos, el Espidi, el Patraña, el Care Feto, el Mujeriego, el Mormón… El mormón era un rubio grande con lentes chiquititos. “Tenis care mormón”, le decía, y él me decía “¡ya!, ráyeme eso atrás de la micro y me pone su logo por ahí”.

«Los choferes siempre me pedían frases o me pedían que les pusiera un nombre. Me decían ‘¿cómo tengo la cara?’, ‘¿a quién me parezco?’, ‘invénteme usted un nombre'»

Hace poco ví a un amigo que tenía unos carteles con el clásico logo Cadena. ¡Me dijo que se los habían robado casi todos! ¿Cómo llegó a ese signo?

Sí, lo sé, aquí afuera igual me han robado letreros. Tendría más cosas afuera, pero la gente se las roba. A mi no me gustaba ponerle Cadena a los letreros. Me gustaba que la gente me busque por la pega, no por la firma. Mi hermano que trabajaba en las micros un día me dijo, “¿por qué no te inventas un logo, para que la gente te conozca?”. Ahí hice un logo y lo empecé a poner en todos lados. Después los choferes me lo pedían, “póngale el loguito suyo ahí”, me decían. Así surgió. Además siempre les hacía regalos como dedicatorias para las pololas o cosas así, así que la pega volvía.

Este oficio le ha dado trabajo toda su vida…

Siempre he trabajado en esto. Siempre estoy renovando los letreros para llamar la atención. Sé hartas técnicas que otros no saben, técnicas de los letreros antiguos.

¿Cuántas pegas le llegan por día?

Aquí me llega de todo. De repente estoy aquí y llega un taxi, termino el taxi y me llega una liebre. Hay que hacer el porta letrero, la caja de las monedas, las caricaturas… es al azar. También llegan personas con su letrero de almacén o con su carrito de sopaipillas o mote, y yo no les voy a decir que no. Llegan los micreros con sus acrílicos todos doblados y quieren que le pinte el mismo. No le puedo decir que yo no hago pegas así. Lo hago igual, le ofrezco una alternativa, una solución. Improvisando siempre… y me encanta mi pega. Si no trabajo me siento raro al tiro.

En este punto interrumpe una señora, quién le encargó un cartel para la iglesia del barrio: “¡Este caballero debe estar volado con tantos olores!”

¿Ustedes sienten el olor?

Sí, ¡mucho!

Yo no siento nada. Esto me va a joder con el tiempo (se ríe) eso que no fumo ni tomo.

¿Y quién va a continuar? ¿Ha tenido discípulos?

No hay gente que le guste esto. Han habido chiquillos que han venido para acá, pero no siguen. Entonces, ¿qué puede hacer uno? A mi hijo traté de enseñarle, él estuvo un año y medio acá, pero se aburrió porque la gente me buscaba a mi. Él tiene plotter. De hecho en ese tiempo cambié la fachada. Le puse Cadena Adhesivos, para ver que pasaba, pero la gente preguntaba por mí, “¿el Cadena que pinta no está?”. Entonces mi hijo se aburrió. Yo no me he encalillado con las máquinas de impresión digital, porque acá no llega de eso.

«No hay gente que le guste esto. Han habido chiquillos que han venido para acá, pero no siguen. A mi hijo traté de enseñarle, él estuvo un año y medio acá, pero se aburrió porque la gente me buscaba a mi»

¿La llegada de la tecnología digital fue muy difícil para su oficio? Ahora cualquiera pone en su Instagram que hace letreros…

Sí, hubo un bajón. Me he dado cuenta que cualquiera dice que hace letreros. Antes eran contados con los dedos los lugares donde se hacían letreros: Montini, Torres, Pizarro, y Santibañez eran los cototos. Yo si supiera digital haría maravillas, pero no es lo mismo. Después de las micros amarillas, llegaron las micros rurales y la ornamentación de restoranes. A la gente siempre le gusta lo hecho a mano.

Y tiene sus perfiles en las redes sociales, ¿cómo lo hace con eso?

Mi hija las administra, yo no le respondo a nadie porque me carga. Ella me dice “papá te llamó tal persona de tal parte”. Ella ve los precios y todo. Le digo que los mande para acá, porque no es lo mismo verlo por internet que verlo acá. Acá yo les puedo ofrecer más cosas o más estilos. A los jóvenes de ahora les encantan esas cosas. A mi me ha costado meterme en la tecnología. Antes no tenía ni teléfono, la gente llegaba por el boca a boca no más. Ahora tengo hasta Facebook. Se maneja todo así.

Nosotros nos conocimos haciendo clases en al Universidad de Chile, donde usted fue como profesor invitado. ¿Cómo fue esa experiencia?

Eso es mucho para mí, pero sí, me han invitado a enseñarle a la gente. Hice unas clases. Me gustó harto. También hice unas charlas y compartí con Bryan Yonki.

¡Y fue a Trimarchi en Mar del Plata!

Sí, fue buena esa. Me gustó la entrevista y la variedad. Era encachado porque había de todo tipo de compadres que hacían de todo tipo de cosas. De todo uno aprende.

Pero usted fue a como invitado.

Uno no se las sabe todas, siempre hay alguien más capo que uno.

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