Entrevista a John Robinson: “Me siento muy identificado con el lado oscuro de la historia del arte”
No hay nada como crecer en una secta y haber transitado ya el lado oscuro (y aburrido) de la existencia humana, para aprender a valorar las cosas sencillas de la vida y a apreciar los más mínimos detalles que a cualquiera le resultarían cotidianos. Así es en el caso del pintor británico John Robinson (Worcester, Reino Unido, 1981), cuya niñez y adolescencia hacen que, posiblemente, sea un artista difícil de clasificar, y una persona muy interesante.
“Me crié en una estricta secta religiosa que me llevó a invertir domingos enteros a dibujar mientras un orador hablaba del Apocalipsis, el pecado, y el bien y el mal en un espacio sin ninguna iconografía, pero repleto de objetos tan banales como micrófonos, tazas con la sangre de Cristo, interruptores y manteles blancos. Mi abuela era artista y se sentaba a mi lado igual de desconectada que yo, a corregir mis dibujos hasta que, cuando yo ya tenía 15 años, me regaló una caja de pinturas al óleo”.
Estos inicios son los que establecieron las bases de una relación mágica entre John y sus pinturas, y marcaron una tarea creativa que incluye instalaciones y performances en las que se integra el propio artista. Sin embargo, no se sitúa en el centro de la obra como un protagonista, sino como un objeto inanimado más que le proporciona la materia prima necesaria para tener el control absoluto de todo lo que pasa.



“No me gusta usar nada que no me pertenezca por completo. Parece que mis pinturas saben cuando uso fuentes secundarias y se empeñan en no funcionar del todo. Por eso, en la universidad comencé a fotografiarme con cascos, pizarras o dibujando y utilizaba esas imágenes como referencia para mis pinturas; se sentía más personal, como un ritual. Aún así, no me interesa mi cara más que un tenedor o un globo, podría ser la de cualquiera”.
“Al principio mis performances en las galerías me servían para generar imágenes que luego iba a pintar, pero a diferencia de las imágenes que tomaba en mi estudio, éstas eran más caóticas. Los objetos se caían, la gente se enojaba o me hablaba. Finalmente, estas acciones terminaron generando que mi trabajo fuera más poroso, es un modo de evitar la separación entre el mundo y yo”.

“El sujeto de mis pinturas generalmente está sometido a algún riesgo o peligro físico, pero es artificial ya que nunca sucede nada, siempre se encuentra entre el desastre y la pasividad”
En algunas imágenes de su Instagram menciona a Malevich, el pintor suprematista ruso que rechazaba el arte convencional y reducía los elementos pictóricos al mínimo (el plano puro, el cuadrado, el círculo y la cruz) en su empeño por desarrollar un nuevo lenguaje plástico. Un referente que, si vemos los trabajos de Robinson, nos viene sutilmente a la cabeza.
“Me siento muy identificado con el lado oscuro de la historia del arte. Imaginé a Kasimir Malevich como un cuadrado negro que podría usarse para afectar el cambio social solo con su presencia en una galería de arte. Además, Malevich representa el vacío y la oscuridad que impregna la ‘cultura de la felicidad y el éxito’. Quería darle a sus pinturas una habilidad sobrenatural real”.




Los objetos cotidianos con los que su propia figura suele interactuar en sus obras, aparecen como una amenaza o están en tensión entre ellos, como si algo terrible fuera a pasar. Así, John le confiere poder y protagonismo a esta materia inanimada, logrando un acercamiento al realismo mágico pictórico. Él mismo aclara que “los objetos de mis obras son objetos cotidianos de producción masiva sin otro significado que no sea el de su anonimato, como el mantel blanco de la iglesia de mi infancia. Si los miras un buen rato, estos objetos adquieren una amenazadora presencia mágica. El sujeto de mis pinturas generalmente está sometido a algún riesgo o peligro físico, pero es artificial ya que nunca sucede nada, siempre se encuentra entre el desastre y la pasividad”.
“Quiero que la pintura hable de forma más directa al espectador con este color parecido al del retablo de un altar, o al de las fotos de mis abuelos en los 40s, es el color de las ideas»
La misma conexión que el artista tiene con los objetos, la tiene con los objetos físicos que son sus lienzos. Su estudio es su sala de juegos en la que todo cobra vida y toma su camino designado; no estamos ante un proceso creativo habitual.
“Quiero que mis obras me sorprendan, así que las destruyo y las rehago hasta que logro que conversen con mi parte más visceral y oscura. A veces, las pinturas parten siendo hermosas y no necesito hacer mucho más, pero otras nacen feas y necesitan pasar por dificultades y adversidades para terminar siendo interesantes. Cuando no estoy pintando, no sé lo que pasa en mi estudio o cómo surgen esas imágenes, es un misterio”.


Si esta poco convencional metodología no fuera suficiente, la paleta pictórica de John Robinson se aleja también de la norma. “En los fondos y sombras de mis pinturas uso colores tierra, especialmente uno que se llama umbra crudo, similar a un marrón o un marrón rojizo, que en su estado natural es cálido. Cuando lo mezclo con blanco, los colores resultantes son increíbles. Creo que los tonos sin mezclar te distraen de lo que sucede en la imagen y son demasiado vivos. Quiero que la pintura hable de forma más directa al espectador con este color parecido al del retablo de un altar, o al de las fotos de mis abuelos en los 40s, es el color de las ideas”.


Si quieres seguir las andanzas de John puedes verle en la Feria de Arte de Londres junto a la Division of Labour Gallery en enero, y con sy proyecto Malevich en la feria de arte Drawing Room en Madrid.
